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Crítica de Cine

El asesinato de Mounsier Tout-le-monde

je ne suis pas un salaud

Festival de Cine Francés de Málaga. Drama, Francia, 2014. Guión y dirección: Emmanuel Finkiel. Intérpretes: Nicolas Duvauchelle, Mélanie Thierry, Nicolas Bridet.

La misma irascibilidad en los límites de la contención, el mismo silencio antes de la tormenta que despide la gesticulación facial de Nicolas Duvauchelle en Braquo (serie de Canal+ Francia, ahora recuperada por Movistar+) es la protagonista absoluta de Je ne suis pas un salaud, el segundo filme de Emmanuel Finkiel.

Un thriller dramático, de una enorme tensión que no deja de aumentar en cada secuencia, salpimentada del ruido ambiente de una ciudad que se muestra opresora a los ojos de un fracasado: taladros, publicidades, marquesinas y folletos de venta hacia un destino único que Eddie, parado de larga duración, no puede más que odiar en secreto siempre detrás de cristales y barreras.

Finkiel (ayudante de dirección de, entre otros, Kieslowski en su famosa trilogía Azul, Blanco y Rojo) rueda con pulso de maestro una cinta oscura, ruda, heredera directa de El asesinato de Richard Nixon (Niels Mueller, 2004). Con una maestría insoslayable alterna secuencias de acción con otras de silencios ensordecedores, sobre la base de un guion formalmente clásico pero afinadísimo al transmitir la sensación de que algo terrible está a punto de suceder. Siempre a merced de un Duvauchelle que es puro cine, y ante el que no se queda atrás una magnífica Mélanie Thierry (aquella cooperante protestona de Un día perfecto), que intenta ejercer de contrapeso imposible sobre los complejos e inseguridades de su marido.

Pero Je ne suis pas un salaud (con la traducción internacionalmente dulcificada de Un hombre decente) no es sólo una cinta de actores, como tampoco es sólo un thriller de buen ritmo. Sino que es todo eso y además el vehículo de una crítica feroz a un sistema que castiga el error, desquicia a los frágiles y arrincona a los fracasados. Un engranaje casi perfecto de sensaciones desagradables rematado con una última secuencia de humor tremendamente corrosivo que corona a un director al que seguir muy de cerca. Y cuya obra precedente por desgracia, como en el caso de Audrey Estrougo, carece de distribución en España.

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