Cultura

El asesino que medía 2,20

  • Marc Dugain se mete en la mente de Ed Kemper, un criminal en serie americano de los años setenta que supera a Einstein en inteligencia

Marc Dugain. Trad. Joan Riambau. Anagrama. Barcelona, 2014. 382 páginas. 19,90 euros.

Esta reseña llega tarde. Si, una vez leída, al lector le ha convencido y decide darse una vuelta por una librería para comprar el libro del que trata, difícilmente lo hallará en las mesas de las novedades. Tendrá que preguntarle a algún empleado, que con suerte lo encontrará inmediatamente en la estantería dedicada a la narrativa extranjera. O quizás tenga que esperar a que el trabajador consulte el ordenador porque no lo localice en un primer vistazo. Es muy posible que alguien haya decidido colocarlo en el estante de la novela negra, por mucho que chirríen sus tapas amarillas entre la negrura de otras colecciones.

Así que quien escribe admite su culpa, tenía que habérselo leído y escrito algo sobre él hace diez meses, pero elija el lector la excusa que quiera: falta de tiempo, prioridad para otras lecturas atrasadas, pura vagancia... El caso es que esta Avenida de los Gigantes merece que se hable de ella. Es uno de esos libros por los que uno termina adorando a una editorial como Anagrama, que trae al público español obras de una elevadísima calidad literaria por muy desconocidos que sean sus autores.

Avenida de los Gigantes la firma un tal Marc Dugain, absoluto desconocido en España. Es más, introduce uno su nombre en Google y le aparecen ahí una retahíla de páginas en francés. En español apenas hay alguna nota de agencia de cuando se publicó la novela y un par de entradas en blogs de aficionados a la literatura criminal que la recomiendan encarecidamente.

De Dugain sabemos, por tanto, básicamente lo que dice la solapa del libro. Que nació en 1957 en Senegal y que se crió en Francia, que tuvo una prometedora carrera en las finanzas y que es un experto en aeronáutica, que ha escrito cinco libros y obtenido premios de cierto renombre en Francia. Su fama no ha cruzado todavía los Pirineos, pese a que uno de sus libros (La malédiction d'Edgar) es un retrato del fundador del FBI, John Edgar Hoover, y que otro (Une exécution ordinaire) va sobre lo malvado que era Stalin. El tipo incluso llevó esta última obra al cine. Según la solapa, claro, porque igual la película se pasó una semana en las carteleras de los cines españoles, pero colas para ir a verla tampoco se recuerdan.

Avenida de los Gigantes es precisamente un retrato del mal, un auténtico estudio psicológico de la pulsión asesina. Dugain se introduce en la mente de un serial killer americano y sale bien parado del trance. No se inventa nada, todo es no-ficción. El asesino que narra gran parte del libro en primera persona -algunos capítulos, los que transcurren en la época actual, están en tercera- no sólo existe, sino que sigue vivo y pena sus crímenes en la prisión de Vacaville. Y eso que pidió ser ejecutado. Es Ed Kemper, aunque el nombre del personaje de la novela haya sido sustituido por el de Al Kenner.

Este tipo sí está en Google. Incluso se pueden ver varias fotos suyas. Un fulano con bigote y gafas con pinta de pívot europeo de la NBA. Un gigante de 2,20 metros de altura y 130 kilos de peso que no jugó al baloncesto porque no sabía moverse, y que tiene un cociente intelectual superior al de Albert Einstein. Tan inteligente que colaboraba con la Policía para resolver crímenes de otros. De hecho, comparte prisión con un tipo al que ayudó a detener. Kemper mató a sus abuelos siendo aún menor de edad y luego pasó a la historia con el sobrenombre del asesino de las colegialas. Actuaba en la California de los años 70, paraíso de los hippies, donde las chicas se desplazaban en autostop y había cientos de comunas en las que practicar el sexo libre.

El estilo de Dugain recuerda a Capote, por supuesto, y al Carrère de El adversario, pero además la novela está imbuida del espíritu de Dostoievski. El tormentoso mundo interior del asesino, sus pensamientos, su modo de contar su patética vida, el odio visceral hacia su madre... La referencia llega a ser explícita en un momento de la novela. Kenner/Kemper pasa su vida actual entre rejas leyendo. ¿Qué libro fue el primero que leyó? Crimen y castigo. Como no podía ser de otra manera.

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