La Baviera Romántica I: Agosto de 1992
La zona tiene de imponentes castillos que coronan sus colinas verdes a pintorescos pueblos con calles empedradas y fachadas decoradas
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Málaga/Hay lugares en el mundo que parecen salidos de un cuento de hadas, donde la historia, la naturaleza y la arquitectura se entrelazan para crear un escenario único donde vivir una experiencia singular. La Baviera Romántica, en el sur de Alemania, es uno de esos destinos. Desde los imponentes castillos que coronan sus colinas verdes, hasta los pintorescos pueblos con calles empedradas y fachadas decoradas, esta región invita a perderse en su encanto atemporal.
En agosto de 1992 pusimos rumbo hacia esa región germana que fue el reino de Baviera y que guarda tesoros arquitectónicos, naturales y etnológicos, como el majestuoso castillo de Neuschwanstein, los senderos que serpentean entre los Alpes bávaros y las tabernas donde la cerveza artesanal se sirve junto a una cálida sonrisa. Pero lo que la hace diferente es, sin duda, su intrínseca relación con el Romanticismo.
El Romanticismo en Baviera, como en el resto de Europa, fue un movimiento cultural y artístico que floreció a finales del siglo XVIII y principios del XIX. En esta región se expresó con especial intensidad a través de la arquitectura, la música, la literatura y un profundo aprecio por la naturaleza y la historia medieval. Baviera, bajo los reinados de Luis I, su hijo Maximiliano II y, después su nieto, Luis II, pertenecientes a la dinastía Wittelsbach, se convirtió en el epicentro del citado movimiento. Luis II, conocido como el Rey Loco, fue un ferviente admirador de las ideas románticas y un mecenas apasionado de las artes. Su legado incluye la construcción de castillos icónicos como Neuschwanstein, Hohenschwangau y Linderhof, que encarnan la visión romántica de un pasado idealizado, repleto de caballeros, mitos y paisajes oníricos.
El Romanticismo en Baviera también encontró eco en la música, especialmente en las obras de Richard Wagner, cuya relación con Luis II marcó una era en la que la ópera y el drama musical alcanzaron nuevas cimas de expresión emocional. Además, los paisajes alpinos y los pueblos bávaros inspiraron a poetas, pintores y viajeros, quienes encontraron en la región un refugio para explorar las emociones y la espiritualidad. Pero este movimiento no solo moldeó la cultura bávara, sino que dejó un legado perdurable en la identidad de la región que aún hoy se percibe en su arquitectura, sus festivales y su atmósfera única, donde lo mítico y lo real parecen convivir en perfecta armonía. Bien es verdad que a ello contribuyeron figuras emblemáticas que dejaron una profunda huella cultural y artística. Estos personajes, a través de su visión y obras, dieron forma a un movimiento que idealizaba la naturaleza, el pasado medieval y las emociones humanas.
El Romanticismo bávaro gira en torno a un personaje cuyo legado es el corazón del citado movimiento cultural y artístico que, además, tuvo unas extraordinarias consecuencias en la política, la economía y la historia de Baviera. Nos estamos refiriendo al rey Luis II, apodado el Rey Loco. Fue el gran mecenas de los románticos. Fascinado por la Edad Media, por los mitos germánicos y por la música de Richard Wagner, hizo realidad sus fantasías construyendo castillos emblemáticos, en los que torres de cuentos de hadas, interiores opulentos y paisajes idílicos, son la manifestación arquitectónica del Romanticismo. Su mecenazgo abarcó todas las artes, especialmente la música, en la que jugó un papel fundamental Richard Wagner. El rey, que lo admiraba profundamente, financió muchas de sus obras, permitiéndole crear óperas monumentales como El anillo del nibelungo y Tristán e Isolda. Wagner encarnó el espíritu romántico con su música cargada de simbolismo, emoción y referencias a la mitología germánica.
No faltaron en la lista romántica bávara, personajes de la pintura como Franz von Lenbach, con sus retratos nostálgicos y melancólicos y cuadros donde exaltaba tradiciones y paisajes, o Carl Spitzweg con sus escenas idealizadas de la vida cotidiana de los pueblos de Baviera También arquitectos como von Gärtner o von Klenze que mostraron el deseo romántico de conectarse con el glorioso pasado clásico y medieval, o escritores como Joseph Görres cuyos escritos sobre mitología, religión y política colaboraron a revitalizar las tradiciones populares, el pasado y la espiritualidad. Pero el Romanticismo de Baviera no solo estuvo alimentado por personajes nacidos o relacionados con ella; autores alemanes no bávaros como Novalis, Goethe, Heine, Tieck o Wackenroder, promovieron el espíritu romántico explorando temas como la muerte, la naturaleza y el amor, y no faltaron a la cita de la romántica Baviera viajeros europeos como Mary Shelley o Lord Bayron que dejaron testimonio de la espiritualidad romántica bávara en sus escritos. También el cine se ha hecho eco de esta singularidad tomando la región, con sus paisajes de ensueño y su atmósfera fantástica y esotérica, como escenario de numerosas películas, tales como La Bella Durmiente de Walt Disney, El gran dictador de Chaplin, Sonrisas y lágrimas, interpretada por Julie Andrews o la excelente película de Luchino Visconti, Ludwig, que nos cuenta la vida del Rey Loco.
En definitiva, el Romanticismo bávaro fue mucho más que un movimiento artístico del siglo XIX. Sus ideales de tradición, espiritualidad y conexión con la naturaleza influyeron profundamente en la sociedad, la cultura y la política de Baviera durante el siglo XX, dejando un legado que aún hoy define la identidad de la región. Eso fue lo que nos llevó a elegir Baviera como destino vacacional aquel mes de agosto de 1992.
Mi hija Mónica estaba pasando sus vacaciones en Hamburgo, por lo que quedamos en reunirnos los cuatro, Nani, nuestra otra hija, Beatriz y yo) en Zurich, dado que ella, desde Hamburgo, tenía un tren directo hasta la ciudad suiza. Así que, con unos días de antelación, salíamos de Málaga con nuestra caravana, suficientemente cómoda para los cuatro. Y aún sobraba una litera que sirvió para llevar mi ordenador, la impresora y libros. El fin era conocer bien todo aquello que íbamos a visitar, ir escribiendo sobre el viaje y ordenar las fotos.
Después de acampar en los alrededores de la ciudad, lo primero que hicimos fue visitar la estación central, en la que teníamos que recoger a Mónica. La cita era en la cafetería más cercana al andén donde aparcaba el tren. Cuando llegamos a la estación, cuál fue nuestra sorpresa al contemplar que era un edificio con tres o cuatro plataformas con decenas de andenes que tanto recibían como despedían trenes de todas las ciudades de Europa. Cada plataforma era una estación con todos los servicios, entre ellos el de cafetería restaurante. El mundo se nos echó encima ¿Por qué plataforma y por qué vía llegaría el tren procedente de Hamburgo? Lo resolvimos preguntando, gracias a Beatriz y su inglés aprendido en el colegio de Mr. Tarbet en Penzance (Cornualles). El tren llegó con la puntualidad de un reloj suizo. Reunidos los cuatro buscamos donde comer y no nos tuvimos que alejar mucho de la estación central de Zurich para encontrar un restaurante apetecible. Un restaurante fenomenal de cuyo nombre no me acuerdo (porque acordarse de nombres germanos es para nota), donde pudimos apreciar la excelente gastronomía de la ciudad helvético-germana. No tenía una carta excesivamente larga, yo diría que más bien era excesivamente corta, pero eso nos facilitó mucho la elección del menú. Nani y yo nos pedimos un Zuri-Gschätzlets”, plato típico de Zurich, compuesto de tiras de filete de ternera acompañadas de rösti (patatas ralladas con mantequilla), y las niñas se pidieron un magret de pato con salsa de oporto y tortas de boniato al horno. Excelente comida acompañada, además, de un excelente vino tinto del Mosela.
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