Cultura

Lo bueno y lo no tan bueno

  • La representación de 'La calesera' se salda con una gran puesta en escena y con imperdonables desajustes musicales

Con el maestro Francisco Alonso acontece algo similar a lo que en otras ramas del arte e indudablemente en la música sucede: la obra supera en fama al autor. Sin embargo en el caso de nuestro compositor granadino, se está haciendo justicia con el rescate de su memoria. Ciertamente hay propuestas investigadoras en torno a su figura y, aparte del disco que el sello Almaviva sacó a la luz recientemente, les doy la primicia de un libro en preparación y que todos esperamos con avidez.

Existen varias versiones discográficas en torno a La calesera, inclusive dirigidas por el mismo autor, en respuesta al apoteósico éxito que cosechó desde el mismo día de su estreno. Sin embargo con el encuentro de la noche del sábado no se puede hablar de victoria en su plenitud. Dejémoslo en mezcla equilibrada de cosas buenas y no tan buenas.

Uno de los aspectos que resultó más llamativos desde el mismo comienzo de la subida del telón fue la puesta en escena. Felicitaciones a Carlos Durán porque ha sabido manejar con destreza un escenario tan limitado como el del Cervantes para sacarle un gran partido tanto en la escenografía como principalmente en el movimiento de los personajes en la escena. Indudablemente, los recursos aportados en combinación con una utilización inteligente de la iluminación hicieron cobrar vida a la propia historia en sí. En la misma medida, fueron magníficas las apariciones del cuerpo de bailarines. El buen gusto de Ricardo Ocaña se dejó notar.

Desde el plano musical advertimos varios contrastes. Por un lado la intervención de los solistas en donde destacó claramente el barítono hispano-brasileño Rodrigo Esteves. La crítica lo avala y aquí se confirmaron todas las buenas cualidades que posee para la zarzuela y la lírica en general. Su correcta dicción y sus cálidos registros medios a la par que un decisivo dominio del fiato hicieron gala de un gran aplomo en el escenario en momentos clave como en la romanza Agua que río abajo marchó y en la breve canción del prisionero o Carcelera. La soprano Teresa Novoa gustó más por su soltura en el escenario que por sus interpretaciones propiamente dichas. Sus ajustados registros medios no casaron bien con una orquesta que en varios momentos la sobrepasaron en intensidad. Su buena técnica si le imprimió dulzura a la seguidilla Todos dicen que te quiero, Calesera aunque nunca en igual parangón que lo hiciese en su día (y lo sigue haciendo) Josefina Meneses. La verdad que la voz de zarzuela tiene sus peculiaridades y no todos saben darle los correctos matices en la mezcolanza del habla con el canto. Elena Rivera, de vibrato algo acusado, estuvo más correcta en los números de conjunto como el dúo Usía es damisela de miriñaque. Y del resto de intervenciones habría que destacar la discreta pero notable actuación de Ricardo Muñiz en el solo de Luis Candelas y las simpáticas intervenciones en matizada y correcta voz de Francisco Sánchez con el dúo Críspulo se ha casado. Ni que decir tiene que el actor Emilio Gavira bordó su papel y dejó rastro de su maestría en la escena malacitana.

Finalmente la intervención del Coro de Ópera que ensombreció parte de la velada del sábado. Si bien colaboró a engrandecer aún más la escena del Himno de la Libertad y reforzó momentos vistosos como la escena de la boda, el Pasacalle de los chisperos resultó ser un fiasco. La patente descoordinación que hubo entre coro y orquesta en combinación con un desfilar demasiado sonoro deslució una de las escenas más famosas de esta obra.

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