Cultura

cartografías para el futuro

  • Un debut deslumbrante. Anagrama rescata los primeros libros de Soledad Puértolas, que sorprendieron por su estilo conciso y una propuesta estética que buscaba la sugerencia

Cuando Soledad Puértolas ingresó en la Real Academia Española, el pasado noviembre, eligió como tema de su discurso los personajes secundarios del Quijote. La escritora reconoció entonces que sentía "debilidad" por aquellos a los que "en los diferentes órdenes de la vida y del arte, les toca ocupar posiciones marginales", hasta el punto de que, según aseguraba, amaba de la literatura esa capacidad para transformar en protagonistas "a personajes que, antes de ser escogidos, podían pertenecer al universo de lo secundario". La carrera de la autora, ciertamente, se ha caracterizado por esa preferencia hacia esas vidas aparentemente pequeñas que ella ha trazado con una sensibilidad también en las antípodas de lo solemne. El bandido doblemente armado y Una enfermedad moral, la primera novela y el primer libro de relatos de Puértolas, textos que rescata ahora la colección Otra vuelta de tuerca de Anagrama y que conforman el volumen inicial de las Obras escogidas de la escritora, ya anunciaban las marcadas singularidades de una voz atípica en el panorama literario español.

El bandido... cuenta la relación del protagonista con los Lennox, familia que empieza a frecuentar al hacerse amigo de uno de sus integrantes. Los Lennox -apellido que Puértolas toma de El largo adiós, de Raymond Chandler- son seres libres que llaman la atención en la comunidad por el dinero que poseen -"una fortuna cuyos límites nadie se atrevía a fijar con certeza"- y la actitud despreocupada y ajena a las convenciones con que se desenvuelven. El narrador describe en un principio a estos personajes desde la fascinación, deslumbrado por la puerta que abren a lo imprevisible. "Eran ricos pero, sobre todo, eran extranjeros. Sus nombres retumbaban sobre nuestras cabezas llenándolas de paraísos cinematográficos, y la dulce manera con que su madre los entonaba era lo que, más allá de la utilidad pública de su fortuna, nos hacía estremecer de envidia", observa en las primeras páginas.

Pero El bandido doblemente armado es el relato de una decadencia, la historia de un aprendizaje sentimental que conduce a la desmitificación. La voz principal irá hilvanando los diferentes encuentros con ese grupo en un viaje lleno de pérdidas hasta un desenlace donde espera ya un futuro sin los Lennox, cuando la mayoría de sus miembros se hayan ido de la ciudad o hayan muerto. Y al final de ese trayecto todas las relaciones estarán impregnadas de un poderoso sentimiento de extrañeza: Terry, el amigo, acabará siendo un desconocido para el protagonista, se distanciará definitivamente del narrador cuando elija dedicarse a actividades deshonestas, pero una incógnita parecida, esa inquietante vaguedad, acompañará al resto de componentes de la familia.

Porque la autora ha optado por una prosa esquemática y sugerente, en la que se dan pinceladas de sus criaturas pero nunca se les pretende retratar en todos sus relieves. La ambigüedad se erige como el punto de partida para crear una atmósfera, para que el lector complete la narración con su inventiva. Puértolas lo explicaba así en el prólogo que hizo para la edición del libro en 1984: "Por aquel entonces yo buscaba una literatura que sugiriera lo máximo a partir de lo mínimo y ese mínimo lo constituían, fundamentalmente y casi exclusivamente, datos objetivos. No me permitía introducirme en el interior de los personajes y, sólo con mucha cautela, el narrador podía decir algo de sí mismo, pues era el único que tenía alguna garantía de conocer su interior".

Ese pudor extremo con el que la novelista desarrolla sus personajes, su meditada opción estética y su lenguaje conciso y fluido llamaron la atención cuando apareció por primera vez esta novela corta, que vio la luz en 1980 publicada por Legasa y ganó el año anterior el Premio Sésamo. En el prólogo a este primer tomo de las Obras escogidas, Daniel Fernández señala la efectividad de ese cierto misterio con el que Puértolas plantea el argumento. Entre las virtudes de la zaragozana, el especialista destaca que su dominio del punto de vista "demostraba un pulso tan firme como ambiguo, porque los relatos de Soledad están muy bien contados pero siempre un poco como de casualidad, sin que se revele la urdimbre de la trama". Puértolas se desmarcaba, además, con "un castellano casi desnudo y nada artificioso", porque "escribía como si no fuese española o, por decirlo de forma aún más tajante, como si una parte importante de lo que había sido la novela española no fuese con ella", sostiene Daniel Fernández.

Si bien El bandido... anticipa muchas de las constantes que van a definir la producción literaria de la escritora, no menos relevante es el contenido de Una enfermedad moral, donde Puértolas parece fijar la cartografía que habitarán los personajes de sus relatos futuros. Todos los personajes viven una cotidianeidad en la que se produce una revelación: un adolescente que comprende que no conoce a su hermano cuando descubre por su pasaporte que éste ha realizado un sinfín de viajes secretos, una actriz retirada que encuentra la actuación de su vida en propinar una patada a un antiguo acosador o una señora que no termina de adaptarse a un país extranjero al que se ha trasladado junto a su marido por consejo de los médicos son algunas de esas existencias discretas por las que se interesa Puértolas. La inteligencia de la narradora no quiere dar nada por concluido en sus relatos -muchos de ellos, expresa la autora, "están escritos desde esa línea fronteriza en la que es difícil distinguir lo que pasa de lo que no pasa"-, y hasta el título de este libro parte de una afirmación de un personaje que admite numerosas interpretaciones: "Hay personas aquejadas de una profunda enfermedad moral". Y también hay autores, por suerte, que llevan décadas enfermos de literatura.

Soledad Puértolas. Anagrama, 2011. 256 páginas. 18,50 euros.

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