Cultura

El cine más oscuro

  • El negro es el color del pesimismo inherente a unas historias que reflejan al mismo tiempo a una sociedad corrupta y una completa desconfianza en la bondad de la naturaleza humana

La industria cinematográfica puntera es -como casi todo- patrimonio de los Estados Unidos. Allí es donde más se rueda (Bollywood aparte), donde más dinero se invierte, donde se contrata a los mejores profesionales tanto en el aspecto creativo como en el técnico y, en consecuencia, donde se hacen las mejores películas. Esto ha venido pasando desde la invención del cine, un espectáculo que ellos han moldeado como medio de entretenimiento y, a decir de los críticos, de donde proceden la mayoría de "obras maestras" del llamado séptimo arte.

Sin embargo son muchas las películas, directores y actores que deben el reconocimiento de su prestigio y de su valor artístico a la recuperación o "segunda lectura" que hicieron de ellos los cineastas europeos -fundamentalmente los franceses- a través de sus comentarios en la revista Cahiers du cinéma.

Los americanos se enteraron de esta forma de que, además de hacer películas entretenidas y taquilleras, Hitchcock era un autor que minaba con cargas de profundidad cínicas y despiadadas hasta el más inocente se sus films y también descubrieron que en las películas de indios de John Ford se escondía, tapada por la fuerza de su carga épica, una visión sombría e inquietante del ser humano.

Pero fue todo un género al completo el que más se benefició de las recalificaciones hechas por los franceses: el cine negro. Estudiando una serie de películas de los años 40 y 50, encontraron algunas similitudes entre ellas que, en cierta forma, las unificaban en una misma categoría. Se trataba de películas policíacas en las que la intriga era, sobre todo, una excusa para mostrar los ambientes urbanos y las actitudes de los personajes. El bien y el mal no estaban separados por una línea clara, la ambigüedad era la norma. La policía podía ser corrupta y la lealtad se vendía por unos pocos dólares. La mayoría de personajes eran estereotipos: chantajistas, asesinos, mujeres fatales o detectives descreídos y escépticos. Se puede aventurar que fueron varias las razones para que utilizasen, metafóricamente, el color negro para bautizar el género. El negro es el color del pesimismo inherente a unas historias que reflejan al mismo tiempo a una sociedad corrupta y una completa desconfianza en la bondad de la naturaleza humana.

El negro también es el color de la estética de estas películas: ambientes nocturnos, opresivos, llenos de sombras y recovecos subrayados por la incorporación de muchos de los recursos visuales del expresionismo alemán como los ángulos de cámara, los picados y contrapicados o las escenas rodadas con una única fuente de luz. Por añadidura se puede decir que el término "negro" -en su sentido coloquial- alude a como se ve el espectador para comprender las tramas de estas películas.

En una de las obras maestras del género, El sueño eterno (1946) -adaptación cinematográfica de una novela de Raymond Chandler dirigida por Howard Hawks- el confusionismo argumental es llevado al límite: no es ya que el espectador no logre entenderla -que no lo logra- sino que ni guionistas ni director tenían claro lo que estaban contando. Relata Hawks en sus memorias que en pleno rodaje no se ponían de acuerdo respecto a quien era el autor de un determinado asesinato que se cometía en una playa. Mediante un telegrama solicitaron la opinión del autor de la novela y Chandler les reenvió un comunicado con el nombre de uno de los personajes que, al leerlo, les dejó estupefactos: ¡el supuesto asesino ya había muerto antes de que se cometiese el crimen! Ante tal tesitura el equipo de rodaje decidió pasar por alto el argumento y concentrarse en captar la atmósfera de la historia y sustentarla en los sugerentes diálogos de los personajes que encarnaban Bogart y Bacall. El resultado, como ha demostrado el tiempo, no pudo ser mejor. Aunque las películas de gánsteres eran ya muy populares en los años treinta (recuérdese a James Cagney en Enemigo público, Al rojo vivo o Contra el imperio del crimen), la primera que podemos calificar como de cine negro es El halcón maltés, la rodó John Houston en 1941 adaptando la novela homónima de Dashiell Hammet, el autor que junto al antes mencionado Chandler se constituyen en los principales "suministradores" de historias para el género. Sus personajes ambiguos, sus diálogos cortantes y sus descripciones precisas eran perfectas para el cine, confiriéndoles a los films noirs su indeleble sello. Ellos idearon a los famosos detectives Sam Spade (Hammet) y Phil Marlowe (Chandler) ambos, curiosamente, interpretados por el mismo actor: Humphrey Bogart. Su gabardina, su sombrero, el pitillo en la comisura de los labios, el cinismo que demostraba frente a sus antagonistas y la rudeza con que trataba a las mujeres (las llamaba "muñecas"), son la "marca de fábrica del tipo duro que, en estas turbias historias, se desenvuelve como pez en el agua.

A los jóvenes aficionados que se quieran acercar al cine negro les recomiendo, aparte de las ya mencionadas: Los sobornados de Fritz Lang, El cartero siempre llama dos veces (versión antigua, por supuesto, ya que descubrirán que Jessica Lange -la protagonista de la moderna- es una inocente corderita comparada con Lana Turner), Retorno al pasado, con Robert Mitchum y Kirk Douglas, Perdición, de Billy Wilder -para mí la mejor- con una maravillosa malvada, Bárbara Stanwyck, y un sagaz agente de seguros, Edward G. Robinson y. cómo no, la extraña incursión en el género de Orson Welles de la mano de Charlton Heston como productor titulada Sed de mal (su excepcional plano-secuencia inicial fue todo un órdago a los cineastas de la época al punto que, los espectadores que quedan alucinados con el plano de diez minutos con que Brian de Palma abre Ojos de serpiente deben saber que es una imitación o, en el mejor de los casos un homenaje, al que hace cincuenta años rodó Welles). Por último, entre las películas modernas la más representativa del cine negro es Chinatown donde su director, Roman Polanski, tuvo el sentido del humor de homenajear la esencia del género... ¡haciendo absolutamente incompresible su argumento!

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