Cultura

La construcción del personaje o la síntesis de la Historia

  • La interpretación de Roberto Álamo es el gran valor del último trabajo de Animalario

Vaya por delante que el estrellaje indicado en esta crítica responde principalmente al trabajo de los actores de Animalario en Urtain, y muy especialmente al de Roberto Álamo como protagonista. Su interpretación es soberbia, riquísima en registros y detalles aunque a menudo juegue a parecer fácil, completa en cuanto a composición física, dicción (aquí sí que resuelve una papeleta especialmente complicada), equilibrio y emoción. Álamo consigue hacer de Urtain alguien creíble en todos los episodios de la evolución inversa que propone el montaje, desde su suicidio hasta su nacimiento; la decadencia y la simpleza son componentes radicalmente humanos, iguales en condiciones al ideal shakespeariano, y por tanto muy complejos, carne de tópico si no se pone en el asador la intuición y el músculo adecuados. Este actor, imprescindible, lo logra por puntos y por KO. El resto del reparto presenta un contrapunto digno a semejante animal escénico, especialmente Raúl Arévalo, genial en su recreación de Pedro Carrasco. Por ellos, así lo espero, se levantó a aplaudir el público que llenó ayer el Alameda, incluida buena parte del panorama escénico malagueña y algunas personalidades ilustres como Fernando Méndez-Leite y Fiorella Faltoyano.

Por lo demás, y como ocurre a menudo con las propuestas de Animalario, sale uno del teatro con la sensación de que la dirección no ha hecho justicia al brillante grupo de intérpretes. Aunque algunos momentos de humor funcionan (el chiste sobre la posible reunión del boxeador con Franco, el hiriente recuerdo de Eugenio y la entrada de Raphael), la mayoría de los elementos que constituyen el santo y seña de la compañía, como las coreografías, los recursos cinematográficos (sobre todo la simulación de la cámara lenta) y la continua referencia a la teatralidad mediante la invocación a objetos no presentes restan energía al conjunto y llegan a estorbar. Hay todavía un empeño excesivamente pronunciado en parecer una compañía de teatro de inequívoca singularidad, como un miedo a que la mera construcción del personaje pudiera semejarse demasiado a otra cosa. Y por ello este Urtain queda perfecto como creación humana (gracias al enorme Roberto Álamo) pero no tanto como criatura histórica y signo de una época, como parece que pretenden Cavestany y Lima. Si se tiene el corazón, o los cojones, ponerle lazos es empobrecerlo.

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