Cultura

Cuando crees, la tierra te sostiene

Baile, coreografía y dirección: Farruquito. Cante: Mari Vizarraga, Mara Rey, Pedro Herrera, Antonio Zuñiga. Guitarra: Antonio Rey, Román Vicenti. Lugar: Antiguo Mercado de La Unión. Fecha: Domingo, 7 de agosto. Aforo: Lleno.

Dos cantaores, dos cantaoras, dos guitarras. El espectáculo se llamaba Puro hace tres años, cuando se presentó en Sevilla después de su estreno en Palma de Mallorca. Fue el regreso triunfal, tanto en lo artístico como a nivel de público, del bailaor sevillano. Ahora lo retoma con otro elenco y con algunos recortes en el repertorio. Pero con la misma base: el baile individual de Farruquito es el protagonista absoluto.

En La Unión están acostumbrados a grandes ingestas jondas. Por eso una parte del público protestó por los escasos 50 minutos que duró la propuesta. Pero un poco de Farruquito es mucho, como saben. Hubiese bastado con un segundo, con ese fogonazo que trasporta al espectador a otro lugar, ese donde todo está bien, donde no hay lucha sino pura conciencia de estar en el momento justo, en el lugar exacto. Farruquito es un artista de inspiración y es por eso que la iluminación de la que hablo más arriba nunca está escrita en el guión, aunque siempre se la espera. No se produjo el fogonazo. Aunque el intérprete preparó a conciencia al público, a los músicos, a su propio baile, por si ese momento de entrega absoluta comparecía. No compareció. Aunque lo buscó afanosamente en la soleá, en la seguiriya. Los jaleos fueron un regalo gustoso, un juego amable, un delicioso tentempié flamenco de transición entre los dos platos fuertes. Ligero, como correspondía, y pleno de sabor, de colores melódicos en el cante, de figuras gráciles en el baile.

Lo buscó sobre todo en la soleá. Nos queda, claro, el virtuosismo (Farrruquito es un virtuoso, a su manera) de la escobilla, y en la fuerza, en el deseo de citar a la emoción una y otra vez. Me quedo, con todo, con los detalles de los marcajes, tan sutiles, tan extraños, tan propios, siendo, como son, un patrimonio familiar. En este bailaor el tópico, incluso el amaneramiento, resulta válido, pertinente, honesto, incluso efectivo. Por eso es uno de los pocos bailaores actuales que puede, porque se lo permite, ser elegante hoy sobre las tablas. Su ingenuidad escénica no es candor sino todo lo contrario: por eso la ejecuta con la seguridad del que tiene fe en lo que hace. Con Farruquito entramos en un mundo mejor, ese en el que cesa el cinismo, la ironía, el pudor, el escepticismo, que son algunos de los grandes enemigos del arte, es decir de los hombres, hoy. No fluyó, como otras veces, la emoción a raudales. Pero sí que nos quedamos con un recital tenso, bien articulado, con algún accidente escénico, un tropezón propiciado por un cable suelto. Y con un baile único, extraño, precioso, que se lanza de bruces, a vida o muerte, en el compás, en los remates, en el sabor, en la fuerza, en la entrega a la vida. Y es que cuando crees, la tierra te sostiene.

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