Cultura

Tras los crímenes del basajaún

  • Dolores Redondo mezcla novela negra con los mitos vascos en la primera entrega de la trilogía del Baztán

Que la novela negra está viviendo una época dorada en España es más que evidente. Salen nuevas colecciones, se recuperan textos antiguos de los clásicos del género, aparecen cuidadas ediciones que reúnen las obras completas de Conan Doyle, Chandler o Hammett, se editan a mansalva autores extranjeros desconocidos, las historias de policías y criminales copan los grandes premios literarios del país y festivales como el BCNegra ocupan un amplio espacio en los medios de comunicación.

Sólo así se entiende que una escritora con sólo una obra publicada pueda permitirse el lujo de anunciar que había tenido ofertas para sacar su primera novela del género pero que prefirió esperar a Destino porque era la editorial que publicó los libros de Stieg Larsson. O que esa misma autora prepare directamente una trilogía en vez de esperar a ver cómo funciona la primera entrega y luego plantearse si debe continuar la serie o no. O que la obra salga directamente de la imprenta en español y en otras trece lenguas sin esperar a comprobar cómo se comportan las ventas en el mercado nacional. O que una productora internacional -precisamente la misma que llevó al cine los libros de Millenium- le compre los derechos casi antes de que llegue a las librerías.

Todo eso hace que llegue a uno a la novela de Dolores Redondo (San Sebastián, 1969) algo saturado. Incluso aturdido por una buenísima, justo es reconocerlo, campaña de promoción. Así que uno, que es muy influenciable, se deja llevar por tanta publicidad y cuando tiene en sus manos El guardián invisible piensa que se va a encontrar con la versión navarra de Philip Marlowe, reencarnado en inspectora de Homicidios de la Policía Foral. Y evidentemente no es así.

Claro que la culpa es del lector, que se ha creído que estaba ante la reinvención del género y al que nadie había prometido tal cosa. Así que empieza a pasar las páginas, al principio con todas sus dudas y cada vez más rápido a medida que avanza porque la novela se va haciendo adictiva. Y resulta que no es Chandler, ni Vázquez Montalbán, ni Camilleri, ni siquiera Larsson, pero la prosa de Dolores Redondo funciona.

Y no lo hace tanto por lo que tiene de novela negra como por ese retrato mágico de la mitología vasca y navarra con un punto de novela de terror. La trama es bastante sencilla: empiezan a aparecer cadáveres de niñas o adolescentes junto a un río en Elizondo, un pequeño pueblo del valle del Baztán cercano al Pirineo que se convierte en un personaje más de la novela, cargándola de una atmósfera absorbente y a veces irrespirable. La inspectora encargada de esclarecer el caso es Amaia Salazar, que precisamente es originaria de este pueblo, en el que sigue viviendo su extraña familia.

Es una agente de la Policía Foral de Navarra no demasiado experta pero muy profesional, que se formó en Quantico con el FBI y que lleva, o trata de hacerlo, la investigación a rajatabla. Está casada con un escultor americano enamorado de los Sanfermines, con el que formaría la pareja perfecta de no ser porque está ella obsesionada con tener hijos. Y esa obsesión está marcada a fuego a lo largo de todo el libro.

A partir de aquí se enredan los crímenes, la investigación y los líos familiares de la inspectora Salazar con todo un mundo mágico que habita en los bosques del Baztán. Por allí campa el basajaún, el señor de los bosques dentro del folclore vasco, muy presente en el libro desde el título y desde la primera línea. Es una especie de oso gigantesco de pelo largo al que la prensa no duda en endosarle los crímenes de las niñas pese a que se supone que es un ser protector. Un guardián no tan invisible como se nos prometía.

Dolores Redondo prepara ya la segunda entrega de su trilogía del Baztán. Los mitos y leyendas vascas dan desde luego no para tres, sino para todo un compendio de obras. Pero, ¿aguantará dos libros más la inspectora Salazar?

Dolores Redondo. Destino. Barcelona, 2013. 432 páginas. 18,50 euros

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