Campana y se acabó. El Festival de Málaga llegó ayer a su fin con una comedia agridulce levantada a costa de un solo hombre, Thaddeus Phillips, que encarna a Polonio, un campesino colombiano que emigra del medio rural a la urbana Bogotá, donde se coloca como portero de un vecindario. La promoción del montaje que dirige Tatiana Mallarino comparaba al protagonista con Chaplin, pero este crítico prefiere situarlo entre Cantinflas y el Peter Sellers de El guateque. Su apariencia de pulpo en el garaje, alimentada por el escaso dominio del español de Phillips, le hace ganar pronto el cariño del público. Polonio habita una jauría de vecinos demasiado humanos, que le exigen ser sirviente y narcotraficante, y tan desvalido se deja ver, aunque socarrón, que la empatía es inevitable. ¡El conquistador! es, vaya, la historia de un buen tipo. Alguien, en alguna parte, lucirá una camiseta con su foto.

Al portero le chiflan las telenovelas, y de hecho éstas son el primer medio del que se nutre el espectáculo. Al menos en sus primeros compases, en los que la expectación hacia lo que va a pasar aún se deja encantar por la curiosa relación que establece el personaje con la pantalla y la mínima escenografía. Después, sin embargo, la narración entra en un prolongadísimo desfilar de personas y órdenes que apenas contienen carga dramática y cuyo único sentido es conducir al final. En este tránsito, la cara de alobao de Phillips no basta para mantener el ritmo y éste decae como hoja otoñal. En el último tramo, claro, aparecen Shakespeare y Hamlet y resulta curioso cómo la tragedia se introduce en el culebrón, a costa del inglés. Pero ya es tarde: la hora previa ha sido tediosa. En fin, salvando las distancias, es como lo que dijo John Wayne cuando le abuchearon tras hacer Hamlet: "Yo no tengo la culpa; yo no escribí esta basura". Pues eso.