Javier Sierra. Escritor

"La cultura ha llegado a su colapso: sólo somos máquinas reproductoras"

  • El autor de 'La cena secreta' presentó ayer en Málaga su último libro, 'El maestro del Prado'

Con Javier Sierra (Teruel, 1971) sobran las presentaciones. Novelista y periodista de éxito, traducido en los cinco continentes, autor de títulos como La cena secreta y El ángel perdido y primer autor español en ingresar en la lista de best sellers de The New York Times, este hombre amable y cómplice es, ante todo, un eminente divulgador de la maravilla. Ayer presentó en Málaga (ciudad con la que mantiene poderosos vínculos) su último libro, El maestro del Prado (Planeta), en el que un jovencito Javier Sierra es introducido en los misterios de la gran pinacoteca de la mano de un maestro singular.

-En un principio, El maestro del Prado parece no tener mucho que ver con el resto de sus obras, pero una vez en faena salen a relucir su pasión por el misterio y su gusto pedagógico. ¿Cómo nació este proyecto?

-Después de escribir La cena secreta, donde Leonardo me permitió aproximarme de una manera distinta a la Historia del arte, comprendí que había llegado el momento de escribir algo sobre el misterio en torno a la pintura de una manera más amplia. Pero había que hacerlo bien, y admití que la mejor manera de abordar el asunto era a través del Museo del Prado, ya que me ofrecía una de las colecciones de arte más importantes del mundo. El reto fue después cómo organizar toda la información que la pinacoteca me brindaba para no apabullar al lector. Recordé entonces mi primera llegada a Madrid, a comienzos de los 90, cuando empecé mis estudios universitarios. En aquellos años hice una visita al Prado y un señor se me ofreció de guía así, espontáneamente. Acepté y realicé con él aquella visita y otras cuatro más, siempre con mi bloc de notas en la mano. Fue una experiencia fabulosa, aprendí muchísimo, y El maestro del Prado trata de eso. Formalmente es una novela, pero tiene mucho de investigación detrás.

-Ese guía espontáneo aparece en el libro como el personaje Luis Fovel. Pero, a la hora de escribirlo, ¿ha sido usted más alumno o más maestro?

-En el libro soy más alumno, pero es verdad que han transcurrido veinte años y he madurado, así que en las enseñanzas de Fovel hay aportaciones mías. Pero yo destacaría dos novedades importantes en la edición: la primera son las muchas ilustraciones, con desplegables incluso, algo verdaderamente atípico en una novela, que funcionan a la manera de contenidos multimedia; y la segunda son las notas del final, donde aparecen debidamente documentadas todas las aportaciones de Fovel. En este trabajo tenía un especial interés en interactuar con el lector, y estas herramientas son muy útiles.

-Hay una idea que subyace a toda la novela: la de aprender a mirar obras de arte como misterios que merecen ser desentrañados. ¿Es hoy más difícil adquirir esa sensibilidad? ¿El espectador potencial del arte ha quedado atrofiado por otro tipo de imágenes?

-No sé si será más difícil, pero desde luego si es más necesario. Nuestra cultura ha llegado a un momento de colapso: sólo somos máquinas reproductoras que delante de una obra de arte únicamente alcanzan a emitir opiniones ajenas y listados de nombres y fechas. Hace falta una mirada limpia, algo que permite no una determinada formación sino una disposición del alma. Muchos contemporáneos de El Bosco no sabían leer ni escribir pero se quedaban asombrados ante su obra. El arte del que habla este libro no se hizo para abrumar a la gente, sino para maravillarla. Y el objetivo que me propuse al escribir El maestro del Prado fue aportar al lector los códigos para volver a mirar así.

-No sé qué pensarán ciertos críticos academicistas de eso.

-La escuela más ortodoxa ha promovido siempre una aproximación racional al arte: lo que hace es catalogarlo y ponerle etiquetas. Pero no creas, muchos historiadores coinciden conmigo. Cuando Carlos V encargó a Tiziano que pintara la Gloria, un lienzo descomunal, lo hizo con el fin de morir contemplándolo, para poder verse a sí mismo llamando a las puertas del cielo. Después, su hijo, Felipe II, también pidió morir delante de El jardín de las delicias de El Bosco. Una mirada expresamente científica evita todo esto, claro.

-Tampoco el arte se ha preocupado de estimular el espíritu desde las vanguardias del siglo XX.

-No. Con una excepción.

-¿Cuál?

-Te va a sorprender.

-No me diga.

-Picasso. El malagueño es heredero de toda esa tradición, si quieres, espiritual. Picasso consideró que el arte auténtico es el de Altamira, y cuando salió de ver las pinturas rupestres por primera vez lo dijo bien claro: "Después de esto, todo es decadencia". Picasso trata siempre de plasmar lo invisible. Cuando su familia comenzó a criticarle por las pinturas que hacía, él se enfadó y les replicó: "Yo veo cosas que vosotros no podéis ver".

-Ésa es la frase de un médium.

-Muchos grandes artistas de toda la Historia han acudido a los místicos, o lo han sido directamente ellos mismos. Es el caso de El Greco, sin ir más lejos. A Rafael se le acusa de hacer una pintura plana, pero hay quien considera la Transfiguración una especie de tratado para comunicarse con el más allá. Él dejó algunas pistas al respecto.

-¿En qué misterio anda metido ahora, después del Prado?

-No descarto hacer una continuación. Se me han quedado en el tintero algunos pintores esenciales como Goya, y tendré que tocarlo en algún momento. Lo que ocurre es que tengo en marcha otro proyecto para el que he estado documentándome durante tres años, sobre la carrera espacial. Ya veremos por cuál me decanto.

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