Crítica de Teatro

El demonio imaginado

quijote

Festival de Teatro. Teatro Echegaray. Fecha: 11 de febrero. Compañía: Bambalina. Dirección: Carles Alfaro. Actores y manipuladores: David Durán y Jaume Policarpo. Música: Joan Cerveró. Aforo: Unas 50 personas

Con una iluminación armada únicamente a base de velas (el fuego es, además, uno de los protagonistas esenciales del montaje), Quijote traslada al espectador exactamente allí: al instante en que Alonso Quijano, arrobado por las lecturas de los libros de caballerías, se convierte en Don Quijote de La Mancha. El instante, eterno como el Aleph de Borges o el Big Bang y sus consecuencias, constituye el triunfo definitivo de la imaginación, el dominio del viejo demonio que, desde antiguo, había tentado al hombre con la posibilidad de negar de una vez y para siempre la realidad. Y el mayor éxito de la propuesta de Bambalina se debe a que la misma imaginación que obra el milagro y permite el acceso a otros mundos se exhibe íntegra, como si un animal salvaje quedara domesticado ante ojos incrédulos. Quizá lo más conmovedor de la propuesta sea el modo en que la imaginación lectora y la imaginación escénica, que siguen leyes bien distintas sin posibilidad de intercambio, confluyen aquí en un mismo río en el que nadie, ciertamente, puede sumergirse dos veces. Si esta frontera a menudo recia entre el sueño novelado y el sueño dramático explica, en gran medida, la resistencia de la criatura cervantina a una adaptación teatral realmente eficaz, asistimos aquí a uno de los empeños más honestos y sabios de cuantos se han formulado. Todo, eso sí, desde el lenguaje propio del títere, sustentado en la manipulación y la interpretación para una destilación de las emociones con significantes artesanos y con significados tan múltiples como maravillosos.

De modo que el demonio al que Don Quijote da carta blanca resultó ser un títere. De ahí el coraje con el que el hidalgo reacciona ante la injusticia, la violencia con la que el sueño queda desmantelado y la cordura, finalmente, impuesta. Con pasajes deliciosos que insertan el teatro dentro del teatro, y una música que evoca remotas ínsulas, este Quijote es una experiencia hermosísima, rematada ayer con un elegante alegato a favor de la libertad de expresión. Títere en mano. Como está mandado.

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