Cultura

Del dios astrónomo al río sin fin

  • Hoy sale a la venta el primer álbum de estudio de Pink Floyd en 20 años, 'The endless river', con el que la banda británica pone punto y final a su monumental historia

Hoy es un día de sensaciones agridulces para los amantes del rock clásico, esa tribu que sigue considerando que las mejores páginas del género se escribieron antes de 1979. El 10 de noviembre de 2014 es el día señalado para la llegada a las tiendas del nuevo disco de Pink Floyd, The endless river, que sigue en la discografía del público a The division bell veinte años después. Pero, en realidad, no se trata de un nuevo álbum en sentido estricto: lo que aquí se recoge es fruto de las sesiones instrumentales que David Gilmour, Nick Mason y Richard Wright desarrollaron entre 1993 y 1994 en el contexto de la grabación de The division bell, un álbum que inicialmente iba a contar con un apartado de canciones y otro de temas instrumentales. Finalmente, The division bell se quedó sólo en canciones y el registro de las sesiones instrumentales en el Olympic Studios de Londres se guardó en el cajón. Tras la muerte de Richard Wright en 2008, David Gilmour las recuperó y, tal y como el mismo cantante y guitarrista explicó en la reciente presentación del proyecto, pronto consideró la posibilidad de que este material contuviese "una propuesta de Pink Floyd para el siglo XXI". Tras armar un tanto aquellos desvaríos de improvisación que el batería Nick Mason había bautizado como The big spliff(El gran porro) en su estudio flotante del Támesis, Gilmour entregó el material a dos productores, su amigo Phil Manzanera primero y Youth después. El resultado de todos estos años de quitar y poner es The endless river, un álbum que mantiene su carácter originariamente instrumental con la excepción de la canción que cierra el disco, Louder tan words, con letras escritas por la mujer de Gilmour, la novelista Polly Samson.

The endless river constituye así la última oportunidad de escuchar en acción al teclista Richard Wright, quien fue expulsado de Pink Floyd por Roger Waters durante la grabación de The Wall en 1979 y quien fue readmitido tras la salida de Waters, no sin un arduo proceso legal, para la grabación de A momentary lapse of reason en 1987 (y aun así como músico de sesión: habría que esperar a The division bell para que Wright fuera recuperado como miembro de pleno derecho). Tanto Gilmour como Mason han insistido en los últimos meses en que The endless river es un homenaje a Richar Wright, y que la producción ha sido diseñada a mayor gloria de las aportaciones del teclista. Especialmente explícito fue Gilmour, que llevó a Richard Wright consigo en su gira en solitario de 2006, cuando lamentó que "ni la crítica, ni los medios, ni otros grupos, pero lo que es peor, ni nosotros mismos, comprendimos nunca realmente el genio de Richard". Más allá de los despliegues del trío, en The endless river comparecen colaboradores habituales de la banda como el bajista Guy Pratt, el teclista Jon Carin y la cantante Durga McBroom. Especialmente llamativa es la aportación de la voz enlatada del físico Stephen Hawking, quien ya participó en la canción Keek talking de The division bell. Y no menos significativa es la colaboración de Bob Ezrin, productor de The Wall, esta vez como músico al bajo.

En otras ocasiones ha explicado Gilmour que con las sesiones de The big spliff Pink Floyd quería demostrarse a sí mismo que podía volver a componer a través de la improvisación, un método que la banda cultivó especialmente en el salto de los años 60 a los 70 y que cristalizó en discos como A saucerful of secrets (1968), Ummagumma (1969) y Meddle (1971). Composiciones como Careful with that axe, Eugene, y Echoes, resueltas a través de larguísimos desarrollos instrumentales, acuñaron un sonido made in Pink Floyd, dispuesto a tomarse todo el tiempo y todo el espacio necesarios, además de, inevitablemente, abrazar la estética sinfónica como ocurrió en Atom Heart Mother (1970). Y resulta curioso recordar que, cuando Gilmour hizo lo que no esperaba nadie tras la deserción de Roger Waters en 1985 y decidió mantener vivo el grupo a espaldas de quien había sido su principal vértice desde The dark side of the moon (1973), el guitarrista anunció un regreso de Pink Floyd a sus orígenes. Después de la complejidad arquitectónica de The Wall, lo que ahora querían los veteranos era hacer canciones, disfrutar tal y como lo habían hecho en 1967 a las órdenes del malogrado Syd Barret, cuando todavía ni siquiera Gilmour había sido llamado a filas. Aquel regreso a los orígenes en forma de trío se llamó A momentary lapse of reason (1987), que tanto Roger Waters como la crítica especializada vapulearon sin compasión muy a pesar de sus momentos brillantes, que, cerca ya de treinta años después, resultan no ser tan pocos ni tan discretos. Ahora, para The endless river, Gilmour vuelve a hablar de regreso a las raíces, de procedimientos antiguos, de alquimias perdidas. En su valoración personal del disco, Phil Manzanera se muestra tajante al señalar que "puede parecer algo muy libre, pero inmediatamente se advierte que son ellos". Lo malo es recibir ahora este regalo sabiendo que eran ellos.

No han faltado quienes han tachado la operación de mero envite comercial. Pero Gilmour ha dejado claro (Mason tal vez no tanto) que no habrá más Pink Floyd. Así que valga el consuelo mientras suena, aún, Astronomy domine.

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