Cultura

"Yo me empapo de esa cotidianidad que tanto nos pesa"

  • Premio Nacional de Danza y con seis Max a sus espaldas, la artista valenciana prepara ahora un nuevo desafío escénico

Lleva 15 años rompiendo cánones y no le pesan. Sol Picó (Alcoy, 1969) no se siente pionera "de nada", aunque seis premios Max y el Nacional de Danza la contradigan. El escenario es su laboratorio y sobre él pone a prueba su talento para crear nuevas formas de danza contemporánea sin perder el equilibrio. Su última presencia en Málaga fue hace dos años con la insólita Paella mixta en el Teatro Cánovas. Sobre sus inseparables zapatillas de punta mueve ahora el espectáculo, El llac de les mosques (El lago de las moscas), donde revisa esas frustraciones que todo mortal arrastra y afronta "con un poco de rabia y resignación". El 27 de febrero las dará a conocer en su estreno en Murcia.

-¿Qué encierra El llac de les mosques?

-Es como un solo acompañado, muy acompañado. Sobre el escenario hay una bailarina, que soy yo, con un partenaire, un técnico y cuatro músicos de rock en directo con una partitura creada para este espectáculo. La idea es recuperar muchos materiales de mi carrera, y volver a los orígenes, será como un revival. Al llegar a los 40 años echo la vista atrás, pero con idea de ir hacia adelante, por supuesto.

-Supone también su regreso como protagonista de un espectáculo, ¿una necesidad?

-Tenía ya muchas ganas de estar en escena como protagonista. Lo hago un poco para recordar a aquella mujer de Bésame el cactus, frágil y fuerte a la vez, buscando sus caminos y sus miedos. Aquí sigue buscando la reinvención, transformarse, adaptarse a la nueva vida, a una nueva edad, a un ciclo que comienza.

-¿Se sube a las zapatillas de punta con la misma capacidad de los inicios?

-La misma capacidad no la mantengo, bueno no lo sé, igual sí. Pero se trata más de saber cómo situarse en el escenario. Creo que ahora mismo sí estoy igual, pero a partir de ahora ya hay que empezar a pensar que la cosa cambia.

-Eso del ciclo vital de una bailarina, ¿lo siente como una imposición externa o como una decisión personal?

-Me pido lo último (risas). Cada una sabe cuál es su ciclo vital, su manera de trabajar, de entonar y el cuerpo que tiene, ¡ojo! Hay artistas que se lesionan y ya no hay nada qué hacer, y otros que con 50 años siguen bailando estupendamente. No das los saltos que dabas antes (porque tampoco hacen falta), pero tienes tu presencia. Pierdes cosas pero ganas otras.

-¿Cómo cuáles?

-Un estar en el escenario diferente. Una calma distinta que yo también estoy buscando ¿eh? Sigo siendo un poco torpedo, pero la voy buscando.

-Define este nuevo montaje también como una forma de recurrir a la frustración como motor, ¿en qué se traduce?

-Llega un momento en tu vida en que te planteas cosas que no han pasado, pequeñas frustraciones que todos tenemos y que se afrontan con un poco de rabia o de indignación . Pero todos son metáforas, sugerencias, donde la música y el movimiento son en realidad los protagonistas. Hay también una especie de mito, el de Blancanieves, que es el mito de la aceptación, de saber si aún eres la más bella.

-¿Sigue pensando en el riesgo que corre con cada paso adelante que da en cada coreografía ?

-Siempre lo pienso, y en este montaje más aún. Por momentos creo que hay cosas que a lo mejor no tendría que hacer (risas), pero luego me da igual y sé que en realidad voy a hacer todo lo que me dé la gana.

-¿Y qué lugar ocupa el público en esa decisión?

-Hagas lo que hagas, incluso si es la cosa más convencional del mundo, piensas en el público porque tienes miedo, dudas, pero luego me pueden más mis ganas, mi intuición. Entiendo que haya gente que me acepte y otra que no. Ahora me lo tomo de otra manera, yo ya tengo mi carrera hecha y mi sitio.

-¿Y ha evolucionado la visión del espectador sobre la danza contemporánea?

-Sí. El público tiene ganas de entender y de ver todo lo que está pasando. En la danza contemporánea lo interesante es la variedad de propuestas, estilos y personalidades que hay . Y cada vez el espectador lo acepta más y se deja llevar, que es lo realmente importante aquí. No con esa presión de entender qué está pasando, sino más bien saber si se lo está pasando bien o no, si le gusta o no, y nada más. Eso de forzar tanto el tener que pensar....

-Decía el bailarín Emanuel Gat cuando vino al Cervantes que no se podía ver un espectáculo de danza contemporánea pensando que había que entender algo, porque se trataba sólo de una forma de expresión.

-Claro. Lo que pasa es que expresarse con el cuerpo no es fácil. La palabra es la forma de expresión básica del ser humano. Los gatos se expresan con movimientos y gestos, nosotros no.

-¿Dónde están los límites en la danza a la hora de crear?

-Lo interesante es precisamente no poner ningún límite, ya te lo pondrán otros.

-Sus creaciones están llenas de interrogantes y planteamientos entresacados de la vida real, ¿con qué propósito?

-Me empapo de la vida diaria, de esa cotidianidad que tanto nos pesa, de cómo afrontar los miedos y la manera de relacionarnos con la gente. Y me gusta emplear el sentido del humor. La vida hay que tomársela con alegría, y la danza y la vida van unidas.

-¿La temida crisis ha llegado a la danza?

-Yo creo que no. El ocio sigue interesando. Aunque sí te planteas qué pasaría si llegara a afectarnos. Pero ya encontraríamos la manera de sobrevivir porque los bailarines somos eso, unos supervivientes.

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