Crítica de Teatro

El espíritu de Jardiel

páncreas

Festival de Teatro. Teatro Cervantes. Fecha: 2 de febrero. Dirección: Juan Carlos Rubio. Texto: Patxo Telleria. Reparto: José Pedro Carrión, Fernando Cayo y Alfonso Lara. Aforo: Unas 300 personas.

Entre otras muchas cosas, Páncreas es una historia de fantasmas; y, como tal, constituye una suerte de sesión para nigromantes en la que el verdadero espíritu que comparece es el de Jardiel Poncela, lo que no es precisamente poco. En la historia de estos tres amigos que en poco más de una hora se matan y se resucitan continuamente hay, en apariencia, un pasatiempo sin ambición, una cosita con la que distraer el tedio. Sin embargo, a poco que uno se interna en sus reglas, lo que late, como en Jardiel, es el hallazgo del homo ludens: la confirmación de que sin un buen juguete poco podemos hacer en este mundo. A ello contribuye el verso esmerado y efectivo de Patxo Telleria, el mismo que lució una vez en Angelina o el honor de un brigadier, también en Muñoz Seca, inesperado y fuera de lugar como entonces, igual de revelador ahora: en sus endecasílabos y octosílabos es el espíritu de uno, espectador hipnotizado por la gracia del invento, el que parece reconciliarse con vaya usted a saber qué magia perdida (a la salida de la función de ayer, un señor de gabardina y pañuelo anudado al cuello comentaba a su mujer: "Hacía tiempo que no veía teatro teatro". Pues eso). La dirección de Juan Carlos Rubio, sabia siempre, trenza las tramas hasta hacer del objeto una experiencia saludablemente divertida, sin alharacas ni fuegos de feria, sin caer en el exceso fácil, más bien ganando complicidad en el tono comedido que deja intuir lo grueso sin dejarse llevar por los atajos. La escenografía de José Luis Raymond, en dos pisos que acentúan los laberintos (singularmente efectiva en los apartes), y el evocador vestuario ligeramente beckettiano de María Luisa Engel se alían con Rubio para hacer de Páncreas el inspirador motor de misterio y aventura que aquí se destila.

Por si fuera poco, el reparto le sienta a este Jardiel recobrado como un guante: difícilmente, ya que de verso se trata, se podría haber mostrado mejor acierto que fichando a José Pedro Carrión, magistral, soberbio, nietzscheano y tímbrico. Fernando Cayo y Alfonso Lara actúan con la claridad del agua. Qué fácil es a veces lo difícil. Buen teatro, lo llaman.

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