Cultura

La eterna crisis del relato

  • A pesar de ser considerado tradicionalmente un género menor, el cuento va dejando atrás su condición de patito feo; a ello contribuye la abundancia de títulos y premios

Uno de los más perdurables tópicos de la vida literaria española es el carácter secundario del relato respecto a la novela, su papel de género menor. Entre los editores reputados, el libro de relatos era el que se publicaba entre una novela y otra de un autor, eso que se llamaba "libro de mantenimiento", es decir, el que, más allá de su calidad literaria, contribuía a mantener vivo el nombre del escritor en el mercado mientras llegaba la siguiente novela (y junto a recopilaciones de artículos, libros antológicos, las llamadas misceláneas y otros inventos). A esta imagen de género menor ha contribuido también la prensa, pues sabido es que sólo cuando llega agosto y las vacaciones adelgazan peligrosamente las páginas de los periódicos, estos se acuerdan del relato, y lo incluyen para "rellenar" el mínimo imprescindible para salir a la calle.

Y sin embargo cada día se publican más libros de relatos y los autores del género están más presentes y reconocidos en el panorama literario. Como la del cine y la del teatro españoles, tal vez su crisis o su preterición sea más tópica que real. A ello han contribuido en los últimos tiempos cuatro factores principalmente: la bienvenida, por una vez, influencia norteamericana; la aparición de un puñado de buenos escritores de relatos; la apuesta de algunas pequeñas editoriales y la proliferación de concursos.

Que autores como Bradbury, John Cheever, Carver o Alice Munro hayan cimentado su prestigio primordialmente con la escritura de relatos ha servido para que muchos desconfiados abrieran los ojos. Que escritores de este talento se hayan dedicado al relato ha sido posible gracias a la existencia de unas pocas revistas muy prestigiosas cuyas tiradas llegan a millones de lectores. En España no hay revistas de este jaez. Sí están multiplicándose las páginas en internet dedicadas a la publicación de relatos.

No menor, a la hora de prestigiar el relato, ha sido la influencia sudamericana, con el inigualable Borges al frente de los Cortázar, Bioy Casares, Arreola o Felisberto Hernández. Si en la generación de los 50 autores como Aldecoa, Quiñones, Felipe Mellizo o los aún activos Medardo Fraile y Antonio Pereira con un estilo hemingwayano dieron impulso a un género aún lastrado por el casticismo, la llegada de los cuentistas del boom facilitó la aparición de unos pocos escritores, como los leoneses Merino y Luis Mateo Díez o el cineasta Gonzalo Suárez, que intentaron aunar, con desigual fortuna, ambas influencias. La asimilación de los autores venidos de todas las Américas ha ayudado al surgimiento de escritores de notable calidad dedicados casi en exclusividad al relato como Monzó, Castán, Calcedo, Iwasaki, Puntí o Hipólito G. Navarro.

A que esto sea así han contribuido unas pocas editoriales que apostaron por el relato en tiempos menos propicios. La colección Calembé de la Diputación Provincial de Cádiz fue pionera. Las primeras antologías temáticas y los libros inéditos publicados por Páginas de Espuma o las importantes antologías editadas por Lengua de Trapo trajeron en torno al cambio de siglo un súbito florecimiento del mismo. La consolidación de estos proyectos ha dado lugar a la aparición de editoriales con preferencia por este género como Menoscuarto o Rey Lear, o a que los grandes grupos y las editoriales más consolidadas publiquen más libros de relatos.

Por último, la progresión geométrica en que ha crecido el número de premios literarios en España ha facilitado este apogeo. Si antes sólo existían el Miró, el Aldecoa, el Hucha de Oro y poco más, ahora raro es el municipio y aun la pedanía que no cuenta con su premio.

Más allá de esto, y del sobrevenido interés por un género que para muchos sigue siendo menor (aún hay escritores y editores que presentan como novela lo que no es sino una serie de relatos pobremente hilvanada, y algún ejemplo hay entre recientes éxitos de la narrativa española), lo cierto es que por fin parece que el relato ha venido al mundo editorial español para quedarse y no para ser ese hermano pequeño o esa tía invitada que ayudaba a poner y quitar la mesa pero a quien sólo le quedaban las sobras o las migajas de lo que los otros no querían.

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