daniel innerarity. filósofo

"Nuestro gran reto sigue siendo el de considerar como propios a los de fuera"

  • A punto de publicar su nuevo libro, 'Política para perplejos', el pensador vasco participó en los Encuentros sobre Transversalidad del Conocimiento que organiza la Universidad de Málaga

La entrevista tiene lugar a la manera peripatética, como un paseo nocturno y distendido a la luz de las ideas. Daniel Innerarity (Bilbao, 1959), que el pasado jueves pronunció en el Rectorado de la UMA la conferencia ¿Qué pueden enseñar hoy las ciencias de la naturaleza a la filosofía política? dentro de los Encuentros sobre Transversalidad del Conocimiento, hace gala de su complicidad y su afilado sentido del humor en la conversación. Considerado uno de los 25 pensadores más influyentes del mundo según Le Nouvel Observateur, Innerarity, catedrático de filosofía política y social en la Universidad del País Vasco, es autor de libros como La filosofía como una de las Bellas Artes (1995), Ética de la hospitalidad (2001), La sociedad invisible (2004), La política en tiempos de indignación (2015), La democracia en Europa (2017) y el nuevo Política para perplejos, que llegará en los próximo días a las librerías. Más allá del ámbito académico, Innerarity, muy vinculado al nacionalismo vasco, aceptó en su día el reto de bajar al ruedo político y figuró como cabeza de lista de Geroa Bai al Congreso en las elecciones generales de 2016, en las que el partido navarro se quedó sin representación.

-Respecto a los trasvases entre ciencia y política, ¿no incurrimos en una paradoja, o un oxímoron, al hablar de ciencias políticas?

En democracia uno tiene el derecho a convencer, pero también corre el riesgo de salir convencido"Adoptar una lógica futbolística para la Vicepresidencia del BCE es una actitud bastante lamentable"

-Hay partes de la vida política que son susceptibles de ser analizadas con instrumentos de exactitud científica. Pero lo más interesante de la política es lo que tiene de más inexacto, de más creativo. Eso que a veces se tacha de improvisación, de una manera un tanto oportunista, es precisamente lo que preserva el núcleo duro de la vida política. Y esto escapa de cualquier disciplina científica. Ahora bien, habría que recordar que la ciencia política ha crecido muchísimo en los últimos años en España. Hay mucha gente con mucho talento en torno a la ciencia política, y esto tendría que tener más efecto en la opinión pública. Es verdad que hay instrumentos de divulgación, blogs especializados y todo eso; pero lo cierto es que, a pesar de este crecimiento, los debates políticos en España siguen siendo demasiado superficiales. No vamos a poder corregir de una tacada toda esa superficialidad, pero sí que sería bueno que alguien venga de vez en cuando con facts, como dirían en EEUU. Al menos, así se pondrían límites a ciertas afirmaciones que se hacen alegremente sobre la ciencia política. Y mejoraríamos la calidad del debate.

-Pero, ¿es posible hoy influir hoy día en la opinión pública? ¿No corren malos tiempos para quienes deciden cambiar de idea, incluso matizar sus convicciones?

-Bueno, el que no haya cambiado sus ideas políticas, o ni siquiera las haya matizado, seguramente es que no ha reflexionado nada. Yo defiendo la concepción deliberativa de la democracia, que en parte se basa en el supuesto contrario: cuando entramos en un proceso verdaderamente político, no sabemos cómo vamos a salir. Uno tiene aquí el derecho a convencer, pero también corre el riesgo de salir convencido. Por eso habría que empezar a hablar de los procesos políticos como procesos de aprendizaje, en los que una sociedad reflexiona sobre ella misma, y no tanto como debates en los que de antemano sabemos lo que va a pasar. Esto es una degradación de la política. Y esto explica mucho de nuestro sectarismo, de nuestra negativa a cambiar, de nuestra dificultad para el compromiso.

-Aplicado este razonamiento a la Unión Europea, ¿tal vez su peor error no ha sido lo que no ha sabido hacer, sino lo que no ha sabido explicar de sí misma?

-Por supuesto. Como se dice ahora, Europa carece de una narrativa comprensible para la gente. La Unión ha logrado cumplir objetivos notables, sin duda, como la consolidación de la paz y una igualdad más equilibrada entre sus miembros, pero desde el momento en que estos objetivos están cumplidos, e incluso a pesar de algunas regresiones como la que ocasionó la crisis, Europa no tiene un discurso de legitimación. Y si encima tenemos en cuenta que llevamos años de bombardeo con la idea de que todo lo malo lo hace Bruselas y todo lo bueno lo hacemos aquí, lo lógico que es que exista esa desafección, cuando le debemos muchísimas cosas buenas a la UE, ya sólo en términos de avances en derechos humanos o en responsabilidad presupuestaria.

-En cuanto a la Europa de los pueblos, ¿considera deseable una mayor representatividad y capacidad de decisión en manos de, digamos, las comunidades constituidas en torno a elementos culturales compartidos en detrimento de los Estados?

-Europa tiene varias escalas, pero los protagonistas siguen siendo los Estados. Por eso me gusta poco hablar de integración, porque al hacerlo pones a los Estados en el centro. Y sería bueno sacar a la estatalidad fuera del foco de la UE y poner en su lugar, por un lado, una dimensión transnacional; y, por otro, una mayor capacidad de europeización por parte de las redes de ciudades y poblaciones más reducidas. Aquí, de hecho, esta capacidad puede ser más sencilla que en los Estados, que no dejan de ser antiguallas, instrumentos retardatarios. Si ves la historia de Europa encuentras realidades muy persistentes que no coinciden necesariamente con los Estados. Tendemos a pensar que las fronteras vienen por derecho divino, y no es así. Álvarez Junco decía que dentro de tres mil años no existirán Cataluña y España; bien, esto no lo podemos saber, pero lo que sí es cierto es que para entonces nuestras realidades políticas habrán mutado tanto que estaremos jugando a otros juegos. En cuanto a la dimensión transnacional, queda mucho por hacer. Más aún, estamos empezando. Parece que hay mucho interés en tener a un político español en la Vicepresidencia del Banco Central Europeo cuando a lo mejor resulta más pertinente que ocupe ese cargo una mujer griega, por ejemplo. Y eso que en el BCE está expresamente prohibido actuar en términos de representación de un país. Pero al final la lógica del fútbol termina invadiéndolo todo. Y eso es bastante lamentable en política.

-¿Qué ha aprendido de su experiencia en la praxis política?

-Nada que no supiera antes.

-¿En serio?

-Michael Ignatieff escribió un libro, Fuego y cenizas, sobre su paso por la política y decía que aquello había sido muy decepcionante. Tuve ocasión de hablar con él después de haberlo leído y le dije con todo el respeto que, siendo un catedrático de Ciencias Políticas, ya debía haber sabido bien dónde se metía. La política es una actividad complicada, llena de condicionamientos, donde hay que tocar teclas que para un académico son extrañas. Pero esto precisamente te permite darte cuenta de que a menudo las claves académicas no son las que la gente más necesita.

-¿Se arrepiente, entonces?

-No, de hecho igual me presento otra vez. Si no encuentran a otro me liarán. Pero vaya, que lo que me interesa es la filosofía y la universidad, no la vida política.

-Sobre la crisis de las humanidades, ¿damos por bueno sin más el discurso sobre el triunfo mercantilista de la rentabilidad en el conocimiento, o podemos añadir algún matiz a la cuestión?

-Hombre, se podrían matizar muchas cosas, pero sí acepto la idea de que el saber de rentabilidad inmediata es el saber dominante. Eso sí, frente a la tendencia de algunos colegas de reivindicar la filosofía como algo inútil, creo que lo que debemos reivindicar es una utilidad de la filosofía. No es una utilidad inmediata, pero esto no la hace menos útil. Nosotros hacemos preguntas como "¿Qué significa que algo es útil?". Y esta pregunta ya es de una enorme utilidad, porque a veces nos cuelan como útiles cosas que son muy cuestionables aunque vengan amparadas por cierta legitimidad. Ante tanta inserción descontextualizada de datos y más datos, la gente está demandando sentido. No falta información, sino orientación. Y si alguna utilidad tenemos los filósofos es que somos agentes de sentido. Aportamos sentido a las cosas desordenadas, meramente acumuladas. Y esta demanda la habrá siempre. Una sociedad no sobrevive sin una reflexión acerca de sí misma.

-¿Y qué reflexión sigue pendiente en la sociedad española? Y que conste que no me refiero sólo al modelo territorial.

-Es que la idea del modelo territorial remite a otra más básica: la aceptación de la diversidad. De manera profunda, no sólo la diversidad de acentos. Hablo de la diversidad lingüística, sexual, ideológica, identitaria, la que procede la inmigración. De la diversidad que proviene del hecho de que tenemos que interiorizar las consecuencias que ciertas decisiones políticas que tomamos aquí tienen fuera de nuestro contexto. Tenemos que incluir a los de fuera, a nuestros vecinos, como sujetos propios. Éste es el gran reto. También a nuestros hijos, a los que no deberíamos dejar un medio ambiente degradado y unas pensiones insostenibles. Nuestro sistema política tiene así que articular una diversidad mucho mayor. Dicho esto, el debate territorial es sólo una pequeña parte del asunto.

-¿Tenía razón Séneca cuando decía aquello de que...

-Si lo dijo Séneca, tenía razón seguro.

-... lo importante no es la casa, sino el huésped?

-Escribí la Ética de la hospitalidad en torno a la idea de que somos más pasivos que activos. Nos visita más gente que modifica nuestro entorno de la que creemos. Y esta influencia, esta comunicación, ese otro que viene a vernos, porque sí, a veces de manera inoportuna, posiblemente definen más nuestra humanidad que el trueque comercial. El que se acerca a nosotros sin pedir permiso, el que solicita asilo, el hijo que se pone enfermo a las tantas de la madrugada, todos ellos definen mucho mejor nuestros deberes que nuestra iniciativa moral. Somos interpelados por gente que no nos pide permiso. Lévinas recordaba que cada día tenemos obligaciones con gente a la que no nos une un vínculo muy claro, y tal vez el modelo clave de esto es la figura del refugiado.

-Su libro La filosofía como una de las bellas artes Bellas Artes es responsable de la vocación de muchos al estudio de la filosofía e incluso a su consagración profesional. ¿Es consciente usted del daño que ha hecho?

-Tengo dos hijos y no he animado a ninguno de los dos a estudiar filosofía, porque creo que, como dices, es algo muy vocacional. Uno estudia matemáticas y el otro va a ser médico, y estoy muy orgulloso de ellos. Pero para el que tenga una vocación real para la filosofía, para los problemas irresolubles, la filosofía da satisfacciones enormes. Hay un poso masoquista en esto: la filosofía es la única profesión que sistemáticamente se pone problemas que no puede resolver, de la manera más complicada, para poder fracasar una y otra vez. Tenemos poco apego a nuestra reputación. Y que conste que digo esto con una pizca de orgullo. Igual que el asesino vuelve siempre al lugar del crimen, nosotros volvemos siempre al problema que hemos dejado sin resolver. Y esto contrasta, claramente, con casi todas las demás profesiones.

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