Cultura

Los tres hogares del chileno

  • Su viuda cumplió con el legado y restauró las tres casas más emblemáticas

"Quiero que lo que yo amo siga vivo". Este fue el encargo que Pablo Neruda hizo a Matilde Urrutia en el poema LXXXIX de sus Cien sonetos de amor. La viuda cumplió con el legado de aquel hombre que fue capaz de escribir los versos más tristes una noche y restauró las tres casas chilenas más emblemáticas del poeta, seriamente dañadas tras el golpe militar de 1973.

La Fundación rescató del abandono las tres casas más significativas de la vida de Neruda: la Casa de Isla Negra, La Sebastiana de Valparaíso y La Chascona en Santiago. Mucho más que casas, las construcciones son una especie de materialización de los poemas que nacieron de su pluma, la plasmación de sus sueños, un mundo lúdico encerrado entre muros mágicos.

Precisamente la casa que se acurruca en el número 192 de la callejuela de Fernando Márquez de la Plata, entre las faldas del cerro de San Cristóbal, fue bautizada como La Chascona, una prueba más del amor que el poeta sentía por Matilde, su chascona, su despeinada. Allí vivieron su pasión. Allí sigue fresco el aroma de las flores de Chillán. Allí nacieron, y aún resuenan, versos entre aquellos muros en los que Neruda quiso rememorar el ambiente perdido de su infancia al sur de Chile. Allí, en septiembre de 1973, se veló al poeta una noche que jamás debió haber sido. De allí partió, 12 años más tarde, su chascona para reunirse con él.

Neruda inició la edificación de su refugio de Santiago en 1953 y encargó la construcción a su amigo, el exiliado español Germán Rodríguez Arias, que también fue el arquitecto encargado de levantar la Isla Negra. Patios, veredas, jardines, estanques, un dormitorio que domina el cerro y una cascada que más tarde juega al escondite bajo la casa. Las colecciones del poeta, copas de todos los colores, postales antiguas, botellas imposibles.

Y aquella extraña casa en el número 1 del Pasaje Collado vio cómo sus muros exteriores se pintaron del mismo azul intenso que adorna la bahía que se abre frente a sus ventanales y cómo por entre sus rincones, junto al pozo enrejado y al farolillo andaluz, prosperaron palmeritas, helechos y hiedras que acarician las asalmonadas paredes que bordean el patio. Neruda ansiaba, "una casita para vivir y escribir tranquilo... ni muy arriba ni muy abajo, solitaria pero no en exceso. Vecinos, ojalá invisibles... Original pero no incómoda. Alada pero firme. Ni muy grande ni muy chica... Además, tiene que ser barata". La casa se inauguró 12 años antes de su adiós, en 1961.

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