Eduardo mendicutti

"Dos hombres pueden amarse ya sin sentir el peso de la hostilidad"

  • Mendicutti convierte en 'Otra vida para vivirla contigo' las habladurías sobre su vida personal en la crónica de una pasión "con el tono de un bolero"

Eduardo Mendicutti (Sanlúcar de Barrameda, 1948) pensaba que ya había sabido blindarse ante las opiniones ajenas, y sobrellevaba con serenidad cuando criticaban sus libros o no entendían su compromiso con algunos asuntos sociales, "cuando participaba en alguna historia política y preguntaban qué pintaba yo allí". Pero esa coraza con la que el novelista se protegía de los dardos no estaba preparada para una nueva forma de maledicencia, la que se propaga por internet, "que es el nuevo sistema para las habladurías", señala el autor. Lo que ocurrió para que los rumores se desataran fue que Mendicutti accedió a colaborar con el Ayuntamiento de su localidad natal en materia de igualdad, y su amistad con el concejal de la materia propició todo tipo de malévolos chismes y descalificaciones. "Dijeron cosas atroces, yo nunca pensé que iba a leer cosas semejantes de mí en el plano personal", recuerda el escritor entre risas, a pesar de que aquel cotilleo feroz lo dejó "muy descolocado y con un enfado terrible". Pero la ira ante esa situación acabó dando paso a la risa, ese sentimiento inicial de impotencia derivó en una ocurrencia burlona: ¿y si escribía una ficción que diera por válidas todas esas especulaciones? "El mecanismo de construcción de la novela fue: Si todo esto que están diciendo de nosotros fuera verdad, ¿cómo sería esa historia? Hay un componente real, pero la mayor parte es una construcción con todo lo inventado por la maledicencia", revela el narrador sobre su último proyecto. Un escritor maduro, Ernesto Méndez, y el concejal "de Igualdad, Solidaridad, Salud, Consumo y Varios" del Ayuntamiento de La Algaida protagonizan Otra vida para vivirla contigo (Tusquets), que Mendicutti planteó como "una novela de amor con el tono de un bolero sobre el frenesí amoroso, de ahí el título".

Porque Méndez, aunque ha sido advertido por sus amigos, que ven en el chaval las turbias intenciones de un arribista, un "acosador de celebridades", cae rendido a la belleza del muchacho; al descubrirlo "todo sonrisa radiante y depredadora, todo encanto a flor de piel" le facilita de inmediato su número de teléfono, "y no le di la escritura de mi casa porque no la tenía a mano", cuenta el protagonista al comienzo de la narración. Mendicutti explora a partir de ese primer encuentro, desde el humor, cómo alguien arrastrado por la pasión no hace sino inventar al objeto de su deseo. El libro se abre con una reveladora frase de John Banville: "La imagen que uno crea del amor es intensa, todo se basa en la idealización". Y Ernesto y Víctor se idealizan el uno al otro: "El escritor maduro está absolutamente fascinado con ese chico guapo, solidario, peleón... y el chico joven está cautivado con el otro porque ya sus profesores le hablaban de él cuando era un chiquillo", resume el autor de El palomo cojo y Una mala noche la tiene cualquiera.

La admiración que Víctor siente por Ernesto Méndez encierra una paradoja: en realidad no ha leído su obra, el respeto se debe, simplemente, a que el escritor es famoso. "Porque es un chico del siglo XXI, de la cultura de la imagen. Sí, parece mentira que no haya leído nada de su obra, pero sabe quién es, sabe de su compromiso, ha leído artículos... Y el otro es un hombre del siglo XX", apunta Mendicutti. Esos orígenes distintos condicionan el modo en que los dos afrontaron su sexualidad. "Cuando este hombre, Ernesto Méndez, nació a la afectividad, las circunstancias eran tremendas, y eso marca al personaje. El jovencito ha nacido en un país en el que hay mucho que recorrer todavía, pero que ya es muy diferente. El hombre mayor ha tenido que vivir relaciones amorosas de manera oculta, sin posibilidad de que aquello cristalizara, de ahí la promiscuidad, que se debe a la imposibilidad de fijar el amor... mientras que el chico joven no tuvo problemas para reconocer que era gay con 16 años, aunque luego haya visto que no todo era tan fácil como parecía. En el libro se habla de que es más llevadero ser gay en grandes ciudades, en sitios pequeños la gente todavía lo tiene mal".

La editorial define Otra vida para vivirla contigo como "La ley del deseo de nuestros días", una descripción que "despistó" al principio al propio Mendicutti, que ya ha elaborado una teoría para justificar la comparación. "La película de Almodóvar fue muy provocativa y tuvo mucho impacto, porque las circunstancias eran muy distintas. Aquí el libro puede ser igual de provocativo quizás por lo contrario: ves que es una historia de amor como cualquier otra, ya no se presenta como algo exótico, y eso resulta llamativo", argumenta el narrador. "Ya estamos en un momento en el que se puede vivir una historia de amor así sin el peso de la hostilidad externa, sin el peso del sentimiento de culpa y la vergüenza. El amor puede ser difícil, pero por razones externas al hecho de que sea entre dos hombres. A pesar de todos los problemas que tienen los dos amantes, yo quería contar una historia de amor envidiable, que la pudiese envidiar cualquier persona, fuera gay, heterosexual, mujer, hombre, joven o mayor", expone Mendicutti, que estos días ha presentado su obra con el Centro Andaluz de las Letras.

¿Puede hacer algo la literatura frente a la intolerancia, en casos como el de Rusia, donde los derechos de los homosexuales están experimentando un retroceso? "La narrativa siempre ha servido para que se expresen las voces que no han podido contar la Historia, porque la biografía colectiva ha estado siempre en manos del poder, el político o el económico", opina Mendicutti. El autor apunta algunos paralelismos y diferencias entre Rusia y España. "En nuestro país la legislación fue por delante. Aquí se respetaba a los gays porque quedaba muy cateto no hacerlo, hasta que de repente las fuerzas contrarias empezaron a sentirse fuertes y a decir que esto había que cortarlo. Volvieron las hostilidades, se notó, pero lo que pasa es que eso ocurría sobre un marco social que ya no era el mismo. Y en estos países ocurre algo parecido: ven cómo avanzan los derechos y dicen aquí no. Un país como Rusia se permite recortar los derechos de los homosexuales y hay protestas, pero ningún país tiene el coraje de cortar con ellos. Es una decisión económica la que lo marca todo. Es la presión social la que puede hacer algo, y ahí los escritores, ojalá, acompañan con su voz a los militantes que pelean por eso".

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