Cultura

Los estados intransitivos

Nos acercamos con respeto e incluso reverencia a los libros canónicos, pero no hay por qué celebrarlos incondicionalmente. Con cierta incomodidad cierra uno este que pasa por ser la obra maestra de Giovanni Papini, autor muy leído en otro tiempo y famoso por su marcada vocación polémica, por su temperamento borrascoso o por lo que Borges llamó -con benevolencia acaso excesiva- su cualidad proteica. Obra de relativa juventud, pese a su título, Un hombre acabado (1913) es un concentrado de hermosas frases dividido en capítulos que ensayan los movimientos de una sinfonía, del andante al allegretto, para contar una vida a través de los prematuros fracasos que la han malogrado. Con pasajes ciertamente memorables, sobre todo cuando evoca al joven enardecido por la lectura, pero demasiado desgarrada y enfática, la temprana autobiografía del florentino deslumbra a veces pese a su retórica lancinante. Otras sorprende por su toxicidad desaforada.

Papini conmueve cuando habla de su iniciación a la vida -"Jamás he sido niño. No he tenido infancia", leemos al comienzo- o de la "ciudad del alma" donde habitan los autores venerados -"mi mundo, mi verdadera patria y mi hermandad"-, pero en demasiados momentos su discurso lírico, meditativo, contundente, de una sinceridad devastadora, cae en un patetismo que se acerca peligrosamente a la autocompasión o bien a esa peculiar forma de tormento -propia del heautontimorúmenos, el que se tortura a sí mismo, según el término acuñado por Terencio- que resulta tanto más deprimente cuando se acompaña del desdén por el género humano. El capítulo titulado Yo y el amor es sin duda ilustrativo, no tanto -aunque también- de la misoginia que podemos encontrar en muchos otros autores valiosos, como de un ensimismamiento rayano en la egomanía. Podemos entender los padecimientos de un hombre hipersensible, pero no su desprecio -"de ellas no tuve jamás nada"- ni una incapacidad afectiva que revela hondas carencias. El prestigio de la melancolía, por más que esta no sea infecunda en términos literarios, no justifica la exaltación de los estados intransitivos. De nada valen los ideales si dejan de lado a la humanidad para abrazar un solipsismo que parece incompatible con todo lo que el mundo, con sus insuficiencias, contiene de bello y bueno.

Giovanni Papini. Trad. Vicente Santiago. Cálamo. Palencia, 2014. 280 páginas. 17 euros

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios