Cultura

Una isla llamada Paciencia

  • Gretel Marín presenta en su documental 'El último país' una fotografía en movimiento de la Cuba actual, entre la esperanza y el aperturismo

Una escena de 'El último país', el documental de Gretel Marín.

Una escena de 'El último país', el documental de Gretel Marín. / m. h.

Cuba es tragos y guitarra. Es ratos de wifi y telenovelas. Es reguetón y también aburrimiento, tiempos muertos, eternas expectativas. "Pero sobre todo somos un pueblo que sabe esperar", cuenta uno de los personajes de El último país. Dirigida por la joven realizadora Gretel Marín, esta película es una fotografía en movimiento de la Cuba actual, mezcla entre cierto aperturismo y las viejas esperanzas de la Revolución. Un documental muy personal y más que recomendable que se proyecta esta tarde a las 19:30 en el Teatro Echegaray.

Residente en Angola, la directora vuelve a Cuba para ver a su familia y decide tomar el pulso de un país con un ritmo propio. Primero da un paso atrás, amplía la perspectiva e incluso otea el horizonte con los ojos de quien se llega a sentir extranjera en su propia tierra. Y, después, baja a la calle a conocer y filmar las opiniones de la ciudadanía cubana para conocer sus opiniones, saber qué sienten. Una encuesta social que ayuda a entender el conflicto actual entre identidad y apertura, entre ventajas y desventajas del turismo, entre pasado y futuro.

También entre las diferentes concepciones de una revolución "que es una cosa en un momento, pero luego, con el tiempo, se convierte en algo más, en algo diferente", según reflexiona la cineasta. Nacida a finales de los 80, Gretel Marín pertenece a esa generación en la que el socialismo siempre tuvo que ver con carestía, con necesidades. Y que ve con ojos extrañados a sus mayores, que cuentan con pasión historias de clandestinidad, de esperanza, frente a una juventud desencantada. Una dualidad en la que ella se busca también a sí misma mientras transita por una Cuba a la que no termina de conocer ni reconocer, pero a la que declara su amor.

Cámara en mano, la documentalista viaja por un país de marchas en solidaridad por los trabajadores del mundo, de colegios donde niños y niñas hablan de bloqueo internacional y de patriotismo por una bandera que saca los mejores sentimientos del alma. La travesía -acompañada de una preciosa banda sonora- ayuda al espectador a conocer un pueblo con una enorme riqueza social y una diversidad envidiable. Una sociedad con esperanza, que siempre espera a que pase algo. Un país que tiene como límite las estrellas y que Gretel Marín lleva en el corazón. "Es al último país al que debo volver, pero también el último lugar donde tendré que volver sin remedio", concluye la directora, que cierra con esa frase una excelente película. Seguro que no es la última.

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