Cultura

Un lenguaje para decirlo todo

  • Sara Baras se mete al Cervantes en el bolsillo en la primera de sus cuatro noches con 'Voces', reivindicación sin prejuicios de la pureza

De los cantaores se afirma que dicen el cante, y del mismo modo Sara Baras dice el baile: lo cuenta, lo prueba, se lo lleva a la boca. Voces es un homenaje a algunas figuras referentes del flamenco desaparecidas y a prueba de olvidos (Paco de Lucía, Camarón de la Isla, Antonio Gades, Enrique Morente, Moraíto, y también una Carmen Amaya silenciosa pero imprescindible), devueltas al escenario, como si de un ejercicio de nigromantes se tratara, a través del registro gramofónico de su palabra; pero también, y más aún, ya que se tratada de decir, es Voces un aprovechamiento extraordinario y hasta las heces del baile flamenco como lenguaje, un lenguaje tan pobre como el cuerpo de la bailaora pero capaz, en esta dimensión exacta, de nombrarlo todo; tal vez con más precisión, incluso, que ese otro lenguaje verbal que se pavonea altanero y que la era de la comunicación ha convertido en mercancía barata (he aquí que el arte le da la razón a Platón y Wittgenstein: hay cosas que no podemos decir con palabras; pero sí, tal vez, o al menos intuir, de otra manera). El de anoche fue el primero de los cuatro envites reservados en el Teatro Cervantes para la experiencia, y la gaditana, arropada por su magnífica compañía y por un cómplice José Serrano con el que firmó episodios de arrebatadora hermosura, se metió al respetable en el bolsillo. Dijo todo lo que quiso decir con su movimiento, su gesto y su coraje. Menudo alfabeto.

Creía Aristóteles que el alma se encuentra en las manos, y Sara Baras le dio la razón moviendo las suyas en una taranta de Keko Baldomero como si modelara el destino a su antojo, Atenea con ojos de lechuza. Pero mucho antes había conjurado a las musas con La llama dedicada a Paco de Lucía, en una introducción servida a mayor beneficio del espectáculo que tuvo su feliz confluencia en la comparecencia de toda la compañía, músicos incluidos. La Bulería de Chabo propició ya una coreografía espectacular, con todo el material humano mecido por el compás en una sincronía clara como el agua, sin artificios ni atajos. La posterior seguirilla trajo a una Sara Baras de lunares que se retó de lo lindo con José Serrano, y es que este lenguaje también es útil para el diálogo, para la mayéutica socrática que alumbra la verdad entre dos. Camarón (qué pellizco asaltó el estómago al escuchar su voz, "El flamenco es flamenco, siempre es una pena, ¿me entiendes"?) introdujo la ya citada taranta, y esta vez fue Sara Baras quien mecía el compás con el vuelo de su vestido, a la manera de los derviches que giran en sintonía con el cosmos. Para entonces ya habíamos aprendido que esta mujer baila en Voces, también, con la sonrisa: así se recuerda a los que ya no están. Esa sonrisa bastaba para reparar un mal día; no había más remedio que recibirla como un abrazo. Para cuando llegó la farruca, severa y antigua, habíamos entregado todas las cucharas. La soleá de Moraíto corrió con una lagrimita. Bendita sea.

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