Cultura

Las mayúsculas de Dumont

Director Bruno Dumont. Con Emmanuel Schotté, Séverine Caneele. Avalon/Fnac.

Lo que en La vida de Jesús era aún embrionario -una mirada entre el cielo y la tierra dentro de un estilo quirúrgico y basado en repeticiones y sutiles variaciones- se mostraba con mayor pureza en el segundo largometraje de Dumont, La humanidad, que lo consagró en Cannes y lo introdujo en el circuito de festivales y citas cinéfilos. Aquí se despejaban las dudas, y Dumont, como instancia demiúrgica que siempre mueve interesadamente a sus marionetas no-profesionales, hacía gala de su formación filosófica para salpicar el crudo hiperrealismo de sus descripciones geográficas y humanas (las del norte de Francia, el enclave que suele dar aliento documental a sus tormentosas ficciones) de estilizados momentos metafóricos en los que se pretende dar representación sensorial a las cuitas internas que sacuden a los personajes del drama. En el centro de ellos está en esta ocasión el inspector de policía Pharaon De Winter, cruce entre el idiota dostoievskiano y la tradición del inocente (o tonto) puro cara a las leyendas en torno a Parsifal, un hombre hiperestésico al que oprime la angustia existencial mientras investiga un caso de violación y asesinato infantil. Desde La humanidad, a Dumont le interesará dar con mayor rapidez el salto de lo concreto a lo abstracto, y así las esencias parecen anteceder de una manera cada vez más drástica al relato de las existencias: a Pharaon ya nos lo encontramos in medias res, en doloroso diálogo con la naturaleza y ya dispuesto y convencido a ser el receptáculo de todo lo siniestro e impulsivo que se mueve entre los habitantes de su pueblo. Así, Dumont opta aquí (y será la norma en su cine venidero) por las mayúsculas, por tantear el espíritu tras la esquiva y singular materia, lo que no deja de ser una tarea problemática y casi siempre abocada al fracaso.

Como ocurrió antes y ocurrirá después en la carrera del francés, La humanidad es el fruto de una manera de rodar pulcra y distante que privilegia el encuadre certero y las pequeñas y sutiles elipsis temporales. Y en este entramado tenso conviven los contrarios y los extremos (el detalle cercano; el dibujo en la distancia) en busca de una anhelada síntesis. Al menos a Bruno Dumont, sobre el papel, todo le cuadra.

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