Cultura

"Soy mucho mejor contando mentiras que pescando"

  • El último Premio Nacional de Narrativa por 'Bilbao-New York-Bilbao' (Seix Barral) marca su ritmo · Le gusta, dice, "ir poco a poco. Lo importante es el vuelo, no llegar"

Los peces y los árboles se parecen, parece contar al oído, nada más abrir página, Kirmen Uribe. Se parecen en los anillos. El símil humano lo conforman las pérdidas, las cicatrices. Los vacíos nos moldean. La historia que le ha valido a Uribe (Ondarroa, Vizcaya, 1970) el último premio Nacional de Narrativa comienza hablando de quebranto y acaba llamando a la esperanza. El inicio es fin y el final, comienzo. Ida y vuelta. La traducción al castellano de Bilbao-New York-Bilbao -premio de la crítica en su edición en euskera- descansaba en la mesa de varios editores antes de recibir el Nacional de Narrativa. Esta historia de muchos trazos está influída por la "tradición oral" que, afirma, ha escuchado siempre en su casa, y que se actualiza a través de las nuevas formas de comunicación, "que son también muy orales".

-Bilbao-New York-Bilbao es una historia que ha estado macerando durante años. ¿Cuántas veces ha tumbado y levantado la novela?

-Pues ha sido un proceso muy natural. La historia empezó con una idea muy pequeña, con la intención de recoger un mundo que estaba cambiando, el mundo de la pesca. Y quería hacerlo de manera innovadora, darle mucho peso a la forma de la novela, que es lo que importa, a la hora de experimentar. Han sido cuatro años de idas y venidas, de documentación, teoría, de leer a otros autores, de pensar y, al final, de escritura, claro. Pero he aprendido muchísimo. Volvería a repetir la experiencia.

-El libro mezcla vivencias, relatos, emails, cuadros, poemas... ¿desde cuándo supo que iba a tener esta estructura?

-Desde el principio. Porque, ya en el principio, me daba contra un muro: empezaba a construir personajes de ficción y no funcionaba. Entonces empecé a echar mano de la autoficción. Me dije: "Voy a contar mi historia, pero voy a hacer ficción, tejiendo medias verdades". Hay mucha historia oral en este libro, hay historias de gente de verdad... que es lo que realmente le da alma a la novela. Porque también tenía miedo de que la novela fuese tan experimental que terminara resultando demasiado fría.

-Sobre las historias sobrevuela un sentimiento de nostalgia: esa sensación de que se ha perdido algo importante en la actual desconexión con el mundo del mar.

-Una gran parte del libro es nostálgica en ese sentido. Se dan pinceladas de universos que corren el riesgo de perderse, de coordenadas de la pesca, de palabras del euskera, de los gestos... pero al final... el final de la vida es luminoso. Más que perdiéndose, vemos que ese mundo está cambiando. Algo que se ejemplifica en los marineros que vienen de Senegal, y que ya tienen hijas en el País Vasco, que hablan en euskera y juegan a cazar mariposas.

-La vida no se hace hacia atrás, sino hacia delante...

-Claro. El libro comienza hablando sobre la pérdida de seres queridos, la pérdida de un mundo o de una visión, pero luego va cambiando poco a poco, el discurso va dando la vuelta. Las pérdidas siguen pero uno continúa: la gente es capaz, después de una tragedia, de volver a vivir. A pesar de todo, de la guerra, la muerte o, en nuestro caso, el conflicto vasco: la gente siempre sale a flote.

-El germen de la novela estuvo en averiguar qué se escondía tras el nombre del barco de su abuelo Liberio, Dos amigos... ¿qué historia imaginaba que podría encontrar?

-Pues una historia de desencuentro, de dos amigos que se querían mucho y que después se separaron hasta el punto de que esa amistad quedó silenciada tal vez por amor, tal vez por cuestiones más pedestres... Aunque, al final, la resolución no es tan importante, como ocurre a veces en la vida, que le das importancia a cosas que luego no lo tienen tanto.

-Cuenta que en la primera columna que publicó en un periódico, su padre le dijo que escribía como uno de los curas hacía las homilías: para los de la primera fila. ¿Ahora que escribe para toda la parroquia?

-(Risas) Sí, diría que al fin he aprendido y que escribo para todos. Eso lo he tenido muy en cuenta. Quería escribir una novela atrevida e innovadora pero que llegase a la gente. Como decía Virginia Woolf, el lector llamado "vulgar" es siempre el más inteligente. En un libro puedes hablar de Foster Wallace, o de Picasso, o de un marinero de tu tierra o de wikipedia y hacer que el lector no se pierda.

-"Tu padre era muy bueno pescando -recoge uno de los personajes-, pero diciendo mentiras también era muy bueno". Da la sensación de que, en esta historia, usted también se ha dedicado a echar redes.

-Lo que está claro es que soy mejor diciendo mentiras que pescando. En esta historia uno siempre duda de qué es realidad o ficción, pero es jugar un poco a lo que todos hemos vivido desde pequeños, cuando la mitad de la realidad en la que creíamos era inventada... El libro recupera el espíritu de ficción primitivo, desdibuja la línea entre realidad y ficción. Esa es la red que me lleva a pescar tantos lectores.

-"A veces hace falta un pequeño barniz para que las cosas parezcan verdaderas", apunta. Pero es cierto que aquí no se distingue la brocha.

-La verdad es que he trabajado mucho la ingeniería en este libro, no quería escribir tanto una trama concebida para enganchar sino ir a la esencia de la literatura, frase por frase, cuidando el estilo de manera que fuera éste el que enganchase al lector. Y el lector se va metiendo poco a poco en un hilo en el que una historia le lleva a otra, y luego le vuelve a llevar a la anterior. Me gusta eso de ir poco a poco. Lo importante es el vuelo, no llegar.

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