Ítaca

La memoria es el paisaje

  • El Acantilado recuerda al escritor francés Julien Gracq sólo un mes después de su muerte con la reunión de sus notas vinculadas a la tierra, al momento y a lo efímero

El 22 de diciembre de 2007 murió a los 97 años Julien Gracq, uno de los grandes escritores del siglo XX en lengua francesa. Su desaparición causó el mismo ruido que su vida: apenas ninguno. Gracq vivió en primera persona el siglo de los escritores determinantes, los acaparadores de la moral y las denuncias, los postes luminosos y las glorias paganas, y él prefirió, siempre, la discreción. En buena medida, esta postura ejerció las veces de su peor enemigo, tanto o más que la izquierda que nunca le perdonó haber abandonado el Partido Comunista Francés en 1939 tras el pacto germano-soviético (cierta moneda lanzada al aire podría intuir que cuando Camus escribió El hombre rebelde lo hizo pensando en él); al menos, en lo que se refiere al reconocimiento desde una élite literaria que mostraba poco apego a quienes no asumían sus servidumbres. Con su desaparición tan reciente, es de celebrar la aparición de este A lo largo del camino a cargo de El Acantilado, quizá uno de los retratos más certeros del pensador, el escritor y el hombre.

El libro, vivo como un animal pequeño en las manos, es una suerte de resumen de noticias, con notas y momentos que se complacen en el paisaje, la tierra, la otredad, la maravilla y el sendero como ejemplo de la memoria. Todo existe en el recuerdo, pero la opción aquí reservada es la templanza, la observancia. "Tantas manos para transformar el mundo y tan pocas miradas para contemplarlo", se quejaba Gracq en Letrinas, formalizando un marco para la existencia (o esencia: mirar es su forma de ser) puesta en práctica mediante estos surcos. El resultado, bellísimo, es una reconciliación del hombre con sus pasos: ha merecido la pena llegar hasta aquí. No se trata de unas memorias, ni de una autobiografía: es más bien la confesión disfrazada de diario efímero, surcado de momentos intrascendentes y sin embargo eternos, la que se deja ver entre líneas.

En la discreción asoma la paradoja. Gracq quiso ver publicada su primera novela, En el castillo de Argol (1938) en Gallimard, editorial que rechazó ésta y que en 1989 tuvo el honor de convertir al autor en el primer escritor vivo que veía sus títulos incluidos en la colección La Pléiade. Todos los honores literarios de Gracq son correcciones, imposturas, disculpas. El autor de Los ojos del bosque rechazó en 1951 el Premio Goncourt otorgado a su obra más aclamada, El mar de las Sirtes, y rehusó el mismo año formar parte de la Academia Francesa, una invitación que comparaba con el abuso de poder. No quiso levantar los pies del suelo y este apego le permitió escribirse con la fortaleza de un río, aunque las salvas quedaran para otros funerales.

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