Cultura

la memoria en pinceladas

  • Luis Landero revive los años de su juventud en 'El balcón en invierno', una novela que tiene a Alburquerque y Madrid como escenarios y que se acerca al pasado de un modo impresionista

"Salí al balcón, a ese espacio intermedio entre la calle y el hogar, la escritura y la vida, lo público y lo privado". Así comienza el segundo capítulo de El balcón en invierno (Tusquets). Desde esa atalaya, Luis Landero se asoma al pasado. Los compases iniciales del libro relatan cómo el escritor desestimó realizar una novela de ficción sobre un jubilado con pistola en favor de este viaje retrospectivo: "Al escribir sobre el pasado, uno descubre al calor de las palabras datos que no sabía que estaban ahí. Como en una labor de arqueología donde la piqueta son las palabras. En el pasado hay mucho de evocación, pero también algo de calco y reconstrucción", sostiene.

Tras aclarar el género del libro -"dudé sobre cómo llamarlo. Pero sí, es una novela"-, el autor cita A Sangre Fría como referencia: "Truman Capote incluía en ella datos verídicos, como en un reportaje, y era una novela. Igual que esta; el tono y la creación de personajes y de expectativas están tratados con voluntad narrativa novelesca, a pesar de los hechos verídicos".

El balcón en invierno revive los años de juventud de Landero: "La memoria no es muy de fiar, es muy imprecisa y tiende a lo poético", arguye. Tras la muerte temprana de su padre, atravesó una etapa de incertidumbre, retratada en las páginas: "Fui dando tumbos sin saber cuál sería mi futuro. Llamé a muchas puertas e inicié muchos caminos. Trabajé de oficinista, mecánico, abogado, guitarrista...", recuerda. En el capítulo Una mano amiga sobre el hombro se produce un "corte narrativo"; es 1969 -Landero tiene 21 años- y un profesor "pone luz" en su vida y le lleva "del caos al canon": "Vivía muy desinformado desde el punto de vista literario, político, cultural, humanístico... Sí tenía un interés extraordinario por el saber y la literatura, y de pronto todo ese mundo interior que bullía en mí encontró su cauce gracias a aquel profesor, que me indicó los autores que debía leer para ser escritor", explica el autor, que antes había soñado con "ser poeta, algo muy vago; ser escritor es más serio".

En una de sus frases célebres, Victor Hugo decía que "el recuerdo es vecino del remordimiento", una premisa que se cumple en Landero: "Tengo tendencia a sentirme culpable por pequeñas cosas. Pero en mi caso el remordimiento respecto al pasado está centrado sobre todo en mi padre, esa es la gran culpa, lo decepcioné por completo", relata el autor, que en la novela refleja cómo era la vida de aquellos mayores.

La juventud de Landero son recuerdos de Alburquerque, su pueblo natal: "Uno de los momentos estéticos más fuertes para mí es el contacto con la naturaleza. Esto lo tengo grabado a fuego desde niño, porque mis padres eran campesinos", comenta. La Extremadura bucólica que recrea la novela contrasta con el mundo rural de la actualidad, y de la escritura que lo retrata: "Novelas rurales ahora no hay ni puede haberlas. Se puede escribir sobre el campo... pero en ese campo hay una casa con televisión, internet, un automóvil para ir y para venir. Hoy hay novelas estadounidenses que transcurren en lo rural, pero... Ya no es el campo de Faulkner; en México, el campo de Rulfo ya no se podría escribir. El mundo se ha uniformado".

El balcón en invierno afronta el acto quijotesco de abandonar la aldea y enfrentarse al mundo, con el primo Paco -"un soñador desmedido"- como arquetipo: "El Quijote consigue atrapar uno de los temas más universales, ponerse en camino e intentar hacer realidad los sueños. El decir: voy a trascender mi propia condición humana y voy a convertirme en el héroe que quiero ser de verdad; luego la realidad te pone en tu sitio, como al Quijote. Pero el ímpetu aventurero que todos tenemos y los sueños acaban en la familia, en el sillón delante de la televisión y con los niños jugando alrededor", reflexiona el escritor.

Uno de los retos del libroha sido la selección de material: "Si llego a meter todos mis recuerdos y experiencias, toda la gente que conocí, hubiera hecho un libro de 1.500 páginas", expone Landero, cuyo deseo ha sido "sugerir de un modo impresionista por medio de pinceladas". Para el autor, la emoción es fundamental en todo arte, incluso en el más racional: "Lees por ejemplo a Rilke, que es un poeta muy racional, y te das cuenta de que la razón es fuego".

"La humanística ha perdido prestigio, la opinión del escritor, el historiador o el filósofo ya no interesan; ahora hay otro tipo de opinadores, de tertulianos, de expertos...", comenta el escritor. También se lamenta de que "en otros tiempos te orientaban en la lectura los suplementos literarios y determinados críticos con los que estabas identificado, además de aquellos libreros de cabecera maravillosos que había... y de los amigos, los únicos que han quedado".

Se cumplen 25 años desde que Luis Landero se diera a conocer al gran público con Juegos de la edad tardía, Premio de la Crítica y Premio Nacional de Narrativa: "En todo este tiempo he ido haciendo lo que creía... con la misma pasión del principio. En eso no he cambiado. Escribo casi con el mismo ardor que en mi adolescencia. Me he ido despojando de abalorios retóricos, intento ser más esencial. Quizá ahora soy más certero", confiesa el autor, quien se define como "uno de esos escritores que siempre están dando vueltas a los mismos temas... y así hasta el fin".

Revela Landero que tiene en mente otra novela que rompa con su mundo anterior. "También me tienta un ensayo literario que está pendiente. Pero ahora estoy en barbecho... y como tengo la muñeca derecha escayolada, pues mayor razón para no sentirme culpable", concluye.

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