Cultura

El mundo bajo la piel del mundo

  • 'Tóxico' (Mondadori) es la última propuesta de uno de los grandes artistas del cómic alternativo actual, Charles Burns, y toda una incursión en los aspectos más ingratos del recuerdo y el sueño

En la actualidad, Charles Burns es una de las figuras más señaladas de la escena alternativa en Estados Unidos. Este artista ha decidido adentrarse en la brecha abierta por gente como Art Spiegelman o Robert Crumb, lo que supone la aceptación de un severo anticonformismo estético; un cierto feísmo, incluso, que deviene un pronunciamiento ético en toda regla. El cómic underground presenta greñas y greñudos, pieles heridas por impurezas de todo tipo y dentaduras en un deplorable estado de conservación allí donde la propaganda oficial recurre a peinados impecables, cutis sanísimos y sonrisas dentífricas. En contra de las estampas de familia tan perfectas como falsas, en las que todo el mundo quiere a todo el mundo sin excepción, Burns apela a turbadores desenfoques del cuadro y retratos de seres convulsos, cuyas emociones no obedecen a las bridas de las buenas maneras.

A propósito de este artista saltan a mientes los nombres de dos cineastas, David Lynch y David Cronenberg, como él, escrutadores del mundo bajo la piel del mundo; ese microcosmos en el que se agitan las expresiones más extremas y desasosegadoras de lo insólito. Al igual que David Lynch, Burns gusta de hacer revisiones hipercríticas de los mitos del american way of live. La obra más emblemática de Burns, Agujero negro, se adentra en las mismas aguas turbias de películas como Terciopelo azul. Burns, como Lynch, se acerca al césped inmaculado de los deslumbrantes jardines yanquis para mostrar la gusanera que se retuerce bajo la tierna hierbecilla. Como David Cronenberg, Burns introduce en sus tramas el tema de la enfermedad o de la degeneración física, síntomas externos de una descomposición más honda, para describir una realidad al borde del colapso.

Y si Cronenberg se atrevió en su día a llevar a la pantalla El almuerzo desnudo de William Burroughs, hoy Charles Burns ha recuperado la geografía mental imaginada por Burroughs en aquella novela, Interzona, recreándola con la línea clara de Hergé y adornándola, válgame el cielo, con el tupé imposible de Tintín. El protagonista de Tóxico, al que Burns llama Nitnit -o sea, "Tintín" escrito al revés-, despierta en su cama y descubre al gato que tuvo de niño, y que habría muerto atropellado, expectante ante un agujero abierto en la pared. El felino entra en el agujero, el chico lo sigue y entra (o sale) a unas catacumbas con algo de paisaje post-apocalíptico: ruinas de casas, campos arrasados, cauces de agua hedionda, extrañas criaturas, mutaciones quizás, cubren el panorama. Es el vestíbulo a Interzona, una tierra de nadie y de todos, diseñada a partir de las arquitecturas de ciudades contrapuestas en donde el chico que se parece a Tintín vivirá experiencias que a Hergé jamás se le habrían pasado por la cabeza.

El recuerdo se entreteje a la fantasía. Y el relato salta de este país o paisaje interior a los Estados Unidos de finales de los 70. Aquí, el protagonista se llama Doug y los monstruos tienen el aspecto de tipos normales. El joven Doug, convaleciente en su cama, recuerda el tiempo en que conoció a la intrigante Sarah. La primera vez que se quedaron solos, Doug le pidió a Sarah que posara para una foto; ella decidió hacerlo con una cuchilla de afeitar en una mano y, en el último momento, se hizo un corte en la muñeca: "No pasa nada... Adelante, haz la foto", le dijo la chica. Tóxico es una especie de álbum de recortes de un mundo que está yéndose a pique. Los síntomas del desastre empiezan a manifestarse en las formas adoptadas por nuestros sueños o en las escenas rescatadas de nuestra memoria. Hay algo oculto que inspira un miedo inexplicable. Aunque el escenario o el instante sean hermosos, como confiesa Doug, "Mis ojos van a la deriva... Siempre termino mirando hacia abajo".

Después de tocar techo con el neo-expresionismo de Agujero negro, Burns se ha decidido por ampliar sus registros. En Tóxico destaca el recurso al color, que hasta ahora había usado de manera muy esporádica (sorprendentemente, lejos de mitigar la obscuridad del relato, el color parece acentuarla). El formato emula el de los álbumes de la tradición franco-belga; en concreto, el de los dípticos aventureros de Hergé Objetivo: la luna y Aterrizaje en la luna. La famosa línea clara del artista francés, sin embargo, sirve para trazar mundos torcidos, no aptos para los lectores de Tintín. Las viñetas están concebidas como piezas de un puzle que irá completándose según vayamos leyendo -o siendo leídos- por esta inquietante historia.

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