Cultura

Cuando la música es un servicio público

  • La OFM arranca mañana su nueva temporada con una pérdida de abonados del 40% respecto a 2008 · Aunque se tiende a señalar a la programación como responsable, existen otras claves

Que la cultura sea en el fondo una cuestión de números y de rentabilidad suele constituir un problema, pero cuando a la susodicha se le pone por apellido el lema servicio público todo se complica aún más. La Orquesta Filarmónica de Málaga (OFM) arranca mañana sábado en el Teatro Cervantes a las 20:30 su nueva temporada con un concierto especial de presentación del nuevo curso y con una pérdida considerable de abonados: si en 2008, cuando la agrupación tenía por director titular a Aldo Ceccato, el total de los mismos superaba los 1.200, en la que ahora comienza, la segunda con Edmon Colomer al frente, la cantidad apenas alcanza los 700, lo que supone una pérdida de algo más del 40%. La cantidad de abonados representa el grado de fidelidad que una ciudad mantiene respecto a su orquesta, así que una pérdida semejante constituye un problema serio que requiere, cuanto menos, un análisis profundo.

Tradicionalmente, cuando una orquesta gana o pierde abonados se tiende a señalar a la programación como responsable, y es evidente que la música que se ofrece tiene algo (por no decir bastante) que ver con el asunto. Y es cierto que en los últimos días tanto algunos músicos de la OFM como abonados y aficionados en general han criticado la programación diseñada por Edmon Colomer por alejada de los gustos generales del gran público, consideración espinosa donde las haya. Ya en la temporada 2011 / 2012, Colomer sorprendió al incluir una obra como el Erwartung de Schönberg y al dedicar un programa al (mayoritariamente) desconocido compositor húngaro Ernö Dohnányi. Desde la Asociación de Amigos de la OFM se empleó la palabra riesgo para definir toda la temporada a costa del Erwartung, una pieza que muchos consideraban más apropiada para el Ciclo de Música Contemporánea a pesar de que ha transcurrido ya más de un siglo desde su composición. Y, con vistas a la nueva temporada, se ha usado el mismo término a cuenta de la inclusión de obras como Tout un monde lontain, la partitura para violonchelo y orquesta del compositor francés Henri Dutilleux, nacido en 1916 y actualmente vivo. Resulta curioso el modo en que estos guiños, significativos en cuanto a intenciones, pero sin mucho más peso que lo anecdótico, han marcado a fuego estas dos temporadas cuando el resto de los programas se han mantenido religiosamente en los márgenes de lo clásico: si hubiera que señalar a un protagonista de la temporada que arranca mañana se trataría sin duda de Brahms, pero también están Beethoven, Haydn, Chopin, Sibelius, Mendelssohn, Händel, Mozart y el resto de, digamos, imprescindibles, además de otros compositores como Stravinski, Montsalvatge y Britten, que vivieron en el siglo XX pero que a la vez forman parte en el imaginario musical del gran repertorio. Cabe recordar además que la inclusión de obras y compositores menos conocidos fue durante muchos años una reivindicación constante de un sector notable de los abonados de la OFM. Y también merece la pena señalar que la programación diseñada por Aldo Ceccato para la temporada 2008/2009, la que más abonados ha reunido desde la fundación de la orquesta en 1991, constaba de una serie integral y exclusiva de los conciertos para piano y orquesta de Beethoven, una propuesta que fue criticada por corta de miras y por contraria a lo que debe ser un servicio público en la prensa nacional y especializada.

Preguntado al respecto, el gerente de la OFM, Juan Carlos Ramírez, afirmó ayer tajante que si la pérdida de abonados se debe exclusivamente a la programación, "entonces no tenemos ni más ni menos que lo que nos merecemos". Por eso recordó que los abonados de la OFM "son abonados del Teatro Cervantes a la orquesta: es el teatro el que establece los plazos y los procedimientos para los abonados, y lo que ocurre es en buena parte consecuencia de que la orquesta no gestione el espacio en el que actúa". No obstante, Ramírez no achacó la pérdida de abonados a una mala gestión por parte del Teatro Cervantes, pero sí "a que el teatro está demasiado explotado durante todo el año, casi toda la vida cultural de la ciudad sucede o quiere suceder allí y la disponibilidad de fechas es muy, muy limitada. En estas condiciones, es muy difícil fidelizar a las personas". La necesidad de compartir el Teatro Cervantes con todo tipo de actividades culturales, del Festival de Cine al Festival de Teatro, tiene consecuencias paradójicas, "como el hecho de que a un jubilado le resulte más rentable comprar las entradas sueltas para la OFM que sacarse un abono". Ramírez admite que las orquestas de Granada, Sevilla y Córdoba tienen muchos más abonados que la OFM, pero también recuerda "que los teatros y auditorios de que disponen tienen aforos mayores o no sufren el problema de masificación de actividades del Teatro Cervantes. Si dispusiéramos del Auditorio Nacional como la Orquesta de la Comunidad de Madrid, nosotros también pondríamos abonos a la venta a 7 euros y entonces sí que subiría el número de abonados". La quimera del Auditorio de Málaga sigue siendo, tristemente, eso: una quimera.

De cualquier forma, las claves para comprender por qué la OFM pierde abonados no deben reducirse a una programación que ha ganado el aplauso de la crítica y que ofrece obras nunca interpretadas en Málaga. Más aún en una ciudad demasiado dispuesta a tildar de rara o exquisita cualquier propuesta distinta a lo ya conocido.

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