Cultura

El naufragio de Ulises

Teatro Cervantes. Fecha: 30 de septiembre. Dirección: Blanca Portillo. Texto: Friedrich Dürrenmatt. Adaptación: Fernando Sansegundo. Reparto: Daniel Grao, Emma Suárez, Fernando Soto, José Luis García-Pérez, Asier Etxeandia, José Luis Torrijo. Aforo: Unas 300 personas (algo más de un cuarto de entrada).

El personaje del juez dice cuando el fin de la función está ya próximo: "El destino ha abandonado el escenario de la tragedia para reducirse a una avería". El enorme y complejo juego de espejos y paradojas que es La avería niega en apariencia los valores clásicos para reafirmarlos con mayor vehemencia; de este modo, el mayor acierto de Blanca Portillo como directora de este trasvase teatral del relato de Dürrenmatt es el de negar los argumentos del teatro clásico para reivindicarlos con mayor contundencia. Si las máscaras de la vieja tragedia convertían al corifeo en una entidad universal, las prótesis de silicona que lucen los actores en este espectáculo, y que reproducen fielmente lo que serán los rostros de los intérpretes cuando sean ancianos, constituyen una feroz anunciación de la singularidad con efectos irresistiblemente parecidos. La adaptación de Fernando Sansegundo, como corresponde, es de una feroz contemporaneidad a la vez que respeta las unidades de espacio, tiempo y acción, algo que hasta Esquilo se saltaba cuando le venía en gana. Así que, de entrada, cabe celebrar el modo en que La avería no sólo respeta la intención de Dürrenmatt al descartar la mitología para demostrar su validez, sino que se adentra en las entrañas del texto para hacer una traducción escénica de esa misma intención; es decir, el espectador recibe el mensaje, más incluso que de boca de los actores, a través del teatro que ve en escena. O lo que es lo mismo: el teatro tiene, en sus formas y su tradición, independientemente de lo que se escriba en un texto, su propia manera de contar las cosas, incluso las más contradictorias. Semejante hallazgo constituye, de entrada, un motivo de sobra para aplaudir esta propuesta insólita y viva.

El protagonista, al que da vida un José Luis García-Pérez en estado de gracia, es así un Ulises que se empeña en no ser Ulises. La avería de su automóvil, o el capricho de los dioses, le conducen cual náufrago a una mansión en la que un juez, un abogado, un fiscal y un verdugo, todos jubilados y en la placidez del ocio desacostumbrado, juegan a celebrar juicios a costa del primer incauto que cae en sus redes para representar el papel de acusado. Siempre hay un delito que juzgar, por más que el recién llegado, en este caso un representante de una empresa textil al más alto nivel internacional, proclame asombrado su más absoluta inocencia respecto a cualquier posible falta, lo que ya supone un comienzo. En este trance, Dürrenmatt propone, como hacía a menudo, un retrato de Europa, o al menos de cierta Europa ilustrada, en la que, superada ya la hegemonía del cristianismo como tótem responsable de la conciencia, la justicia se erige en nuevo vínculo para el individuo en relación a la sociedad y el Estado. El miedo a ser condenado por los pecados y enviado al infierno es sustituido por el miedo a la justicia, por el trance de un tribunal que dicta sentencia contra el acusado o a su favor, porque en el fondo, de nuevo según Dürrenmatt, la noción de la presunción de inocencia como "un prejuicio burgués" es absolutamente compartida y la idea general es que todo el mundo es culpable mientras no se demuestre lo contrario (lo que contribuye también, por otra parte, a la proyección de la justicia como espectáculo). Esta Europa se convierte en manos de Blanca Portillo en un comedor distinguido y polvoriento, donde la gastronomía se erige en liturgia sustituta del Te Deum y en la que la cultura se sigue pavoneando como privilegio. El resultado, ya sea en su humor más negro y corrosivo o en su final abrumador y aplastante, es una experiencia teatral que nadie debería perderse. Por esto y por su reparto excepcional (Asier Extendia parece tocado por el diablo), sólo cabe felicitarse por haberlo visto.

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