Cultura

Lo que no se nombra, no existe

  • La recién concluida edición del Festival de Teatro de Málaga ha ofrecido una programación artística notable, pero ha dejado de manifiesto, más que nunca, la necesidad de que sus actividades ganen en promoción

A falta de los balances oficiales que determinarán las cifras de espectadores, los beneficios y las pérdidas, la vigésimo quinta edición del Festival de Teatro de Málaga, clausurada el pasado sábado e inaugurada el 11 de enero, merece una reflexión inmediata. Atrás quedan los 14 espectáculos, los tres estrenos nacionales y las 26 representaciones, con una primera evidencia, precisamente, hacia la consideración de los aforos: mientras los organizadores cierran las cuentas, es de esperar que el número de espectadores descienda sensiblemente (al menos) con respecto a la edición del año pasado, ya que aquélla contó con la representación del musical Cabaret, impropia de un certamen de estas características, con varias funcionas convertidas todas en taquillazos. En este 2008, ningún espectáculo ha logrado llenar el Cervantes ni el Alameda: sólo el Cyrano que este mismo fin de semana protagonizó José Pedro Carrión en el primero rozó el cartel de no hay billetes.

Sin embargo, de la misma forma hay que considerar el aumento de la calidad de la programación con respecto al año pasado, empezando por los montajes que ha coproducido el festival (Animales artificiales de Matarile y El señor Puntila y su criado Matti de Teatro Malandro) y siguiendo con el Quartett de Heiner Müller que abrió el ciclo, La cama de Teatro en el aire (representado en el CAC), La ciudad radiante del Ballet Nacional de Marsella y El guía del Hermitage, con Federico Luppi. Estrictamente, sólo Última versión, estreno en España a cargo de la compañía italiana Punto in Movimento, ha desmerecido del resto del festival. Y es aquí donde surge el verdadero problema del certamen: la inversión pública en propuestas minoritarias es una responsabilidad y su ejecución es loable, pero también lo es la promoción y accesibilidad de esas propuestas. Quiero decir, es una lástima traer de Suiza a una compañía como Teatro Malandro, coproducir su montaje y reducir su presentación en Málaga a un rueda de prensa. El esfuerzo invertido, en gran parte, queda tirado por la borda. Se comprende que el presupuesto del festival no ha crecido en los últimos años y sigue anclado en torno a los 350.000 euros, pero se tira mucho dinero trayendo a personajes como Federicco Luppi, Omar Porras y Ana Vallés y limitando su participación al escenario. Teniendo Málaga una Escuela Superior de Arte Dramático, no se entiende cómo estos maestros pasan por la ciudad sin ofrecer talleres, conferencias, master classes o lo que quieran. Para que Málaga sea una ciudad de teatro, tal y como quiere el festival, hace falta una mayor presencia en la calle mediante exposiciones, escenarios alternativos y al aire libre, presentaciones y estrenos en una agenda que se prolongue todo el año, ediciones de libros, encuentros entre profesionales (dramaturgos, actores, directores, editores) y otras mil iniciativas que pueden ponerse en marcha sin necesidad de mucho más dinero. Ya decía que el clásico que lo que no se nombra no existe: si en Málaga no se habla del Festival de Teatro, sólo seguiremos visitándolo los mismos.

Los malagueños que veneramos al teatro como el viejo dios que es sentimos cierta envidia del Festival de Cine. Con muchas menos ediciones, el ambiente que ha logrado crear en la ciudad es llamativo y se deja notar en los rincones más insospechados. Al Festival de Teatro no le hacen falta aviones en calle Alcazabilla y sus medios, de acuerdo, no son ni de lejos los que dispone Salomón Castiel para el séptimo arte, pero sí que pueden aplicarse algunas ideas para que la gente de a pie sepa que Málaga tiene una programación de teatro a gran escala, aunque sea concentrada. Otros festivales señeros de Andalucía, como el de El Ejido en Almería, presentan programaciones mucho menos atractivas, pero han logrado sostener un público fiel sacando la fiesta de la escena a todas partes. Y no hablo sólo de compañías de teatro de calle, que merecerían un festival aparte: me refiero a la creación de un ambiente.

Otra consideración en relación con el Festival de Cine: ¿alguien cree que el teatro es un fenómeno más minoritario que el cine español? Sólo hay que echar un vistazo a los rankings de taquilla anuales para desacreditar esta idea. Pero hay que creérselo. Hay que vivirlo.

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