Cultura

Y no se obró el milagro

Un musical es, por encima de todo, un espectáculo. Y un espectáculo debe ser efectivo además de efectista. Pues la ópera rock más revolucionaria de todos los tiempos parece haberse quedado en un derroche vocal y sonoro. Ni pone los pelos de punta ni mantiene despierto al espectador durante las dos horas de narración. El Jesucristo Superstar que llenó el aforo del Cervantes el pasado viernes se pierde en la impostura de modernidad, aún con el reclamo de su banda sonora.

Los siete últimos días de la vida de Jesús, la traición de Judas, la Última Cena, el amor de María Magdalena y la Crucifixión se presentan en esta propuesta como lo que son, episodios finales en la vida un joven mesiánico, finalmente traicionado. Pero lo que falla está más en la forma que en el fondo. Sin túnicas ni sandalias, los apóstoles rinden pleitesía a su líder, aunque para ello tengan que sobreactuar y flaquear en alguna que otra coreografía fuera de lugar.

Mención aparte merece el número de los paparazzi (cámara de fotos en ristre) que acosan a Jesucristo pidiéndole explicaciones y disparando flashes como si de un catódico famoso se tratara. La misma extrañeza provoca ese Judas vestido de cuero, histriónico y sin escrúpulos que parece haberse equivocado de contexto (el musical de Queen lo acogería con los brazos abiertos) y que no termina de convencer.

Cuando en 1975, el Teatro Alcalá Palace acogió el estreno de la producción española de este musical, el reparto estuvo liderado por Camilo Sesto, Ángela Carrasco y, como Judas, el rockero Teddy Bautista, que asumió también la dirección musical. Eran otros tiempos, otras voces (otros talentos) y, seguramente, otro público entregado a la irreverencia del montaje.

Han pasado más de 30 años de aquel controvertido espectáculo y, lo más sorprendente, más de dos mil años desde que la pasión, vida y muerte del hijo de Dios quedara escrita para la posteridad. Los clásicos (y éste supera a cualquier otro) lo son precisamente por la vigencia de su discurso, así pasen los años. No tiene sentido actualizarlos y maquillarlos de modernidad cuando el guión original ha dado sobrada muestras de aceptación.

El público curtido en musicales (últimamente se reproducen como por esporas) encontrará en éste el culmen de su adicción. Al resto nos consuela aplaudir merecidamente el delirio a solas de un Jesucristo agonizante (portentosa la voz de Gerónimo Rauch), el debut de Sandra Criado (la triunfita no lo hace mal) en la piel de María Magdalena, o la simpática coreografía a ritmo de cabaret (justo tributo a la farándula) que envuelve la Canción del Rey Herodes, flanqueado éste por un séquito de féminas picaronas. Quizás la fe obre milagros y este renovado Jesucristo Superstar siga un año más llenando teatros.

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