Cultura

La página como espejo

  • 'El destino del artista' (Astiberri) es un curioso experimento autobiográfico. Eddie Campbell finge su desaparición para poder indagar en su propia persona a través de las declaraciones de su familia

El destino del artista (Astiberri), Eddie Campbell propone un curioso artificio. De repente, él, Eddie Campbell, desaparece sin más, sin decir nada a nadie, sin dejar ninguna pista de a dónde ha ido, y su familia contrata a un detective privado para descubrir qué diantres ha ocurrido. Realmente, ninguno parece inquieto. Si acaso, contrariado. Esta ausencia física es la culminación de una ausencia más profunda y antigua; la esposa de Campbell le confiesa al investigador: "En mi opinión, da lo mismo que esté en otro sitio, porque de hecho siempre lo estaba en su cabeza". Así es. Todos acostumbramos a mantener diálogos con nosotros mismos, pero en el caso del artista, esta cháchara interior redundará en beneficio de su trabajo según ésta sea más o menos exigente o incisiva. Este ensimismamiento es imprescindible, decimos, pues en él -es de espera- los temas de discusión no serán el diámetro o la profundidad del propio ombligo, sino las anchuras o estrechuras del mundo que nos rodea. Así es o debiera ser. Miramos adentro para ordenar cuanto hemos ido recogiendo fuera.

A partir de la información recabada por ese detective de mentirijillas (pequeñas anécdotas caseras, en realidad), Eddie Campbell elabora un autorretrato oblicuo que habla de sí, del artista, y del arte, el cómic, al que ha consagrado su existencia. Ni qué decir que importa poco si el detective da o no con su paradero; lo significativo no es el hallazgo, sino la búsqueda. Y El destino del artista, una extravagancia, una broma privada, es esto: una búsqueda. Entre otras cosas, este divertimento le ha servido a Campbell para experimentar con ciertos recursos con mayor libertad que en otras empresas. Por su fácil conversión a viñeta, el cómic último está incorporando nuevos materiales a la página: fotografías, mapas, esquemas, reproducciones de cuadros, grabados, etc. Aquí, para dar "verosimilitud" a la charada, Campbell monta un extenso bloque con una serie de fotografías de su hija Hayley acompañadas, en sus correspondientes bocadillos, de unas confidencias sobre papá (O sea, él). El inconveniente de éste y otros expedientes semejantes es el delicado equilibrio que instauran con el trabajo del dibujante en sí (En ámbito artístico, a priori cualquier cosa puede servir; a posteriori no todo acaba sirviendo).

A través del dibujo, Campbell reivindica una espontaneidad que el exceso de oficio amenaza con asfixiar. Para ilustrar esos episodios domésticos que decíamos, se refugia en una serie de historietas de trazo impresionista y tiras cómicas que, bien mirado o bien miradas, cabría entender como una reivindicación de los formatos breves en tiempos de hegemonía de la novela gráfica. El destino del artista está asumido como un chiste, pero en todo chiste, en el fondo, rebullen, borbotean cuestiones muy serias. Además de en novísimos manantiales, el cómic sacia su sed de cauces ancestrales. La actitud de Campbell es ejemplar: estudia la tradición como un requisito sine qua non para enfrentarse a las corrientes más innovadoras del Noveno Arte. Un artista no puede ignorar ni a sus predecesores ni a sus coetáneos. Vivir en presente es de una ingenuidad sonrojante y conduce a ciertos "genios de tres al cuarto" a pensar que la historia debería empezar a escribirse con ellos. Vivir de espaldas al propio tiempo, si no responde a una estrategia consciente, es temerario; en el mejor de los casos, hará de ti un anacronismo andante.

Al igual que otros medios que necesitan de una página para materializarse, el cómic convierte ésta en un espejo. Un espejo que no refleja nuestro rostro, sino los infinitos enmascaramientos de nuestro "yo", nuestra ficción más conseguida. ¿A qué nos referimos cuando decimos "yo"? A esa densa mermelada preparada con la pulpa de nuestras experiencias y nuestros deseos, nuestros recuerdos y proyectos, nuestros logros y batacazos, los reales y los imaginados, los de ayer, hoy y mañana. Esta confitura existencial impregna El destino del artista. Con unas dosis justas de narcisismo -las que bastan para persuadir al artista de que su arte es "necesario"-, Eddie Campbell se presenta como quien sin duda es: un individuo con sus más y sus menos, como todo hijo de vecino, artista o no.

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios