tareas domésticas y otras mentiras

A pesar de todo

  • La democracia no consiste en que la mitad de la población esté alejada de los puestos de poder y anclada a una distribución asimétrica de los recursos económicos

Estamos en el camino. Firmes, serenas, convencidas. Hermanadas. Estamos en el camino hacia un nuevo tiempo -todavía lejano- cuyas variables corregirán las asimetrías que el esquema patriarcal ha generado en el ecosistema de nuestra rutina. Estamos en el camino. Un camino que se inició hace siglos y que tras cada nuevo paso, entre miradas cómplices y manos entrecruzadas, resuena el eco de las ideas de Mary Wollstonecraft, Virginia Woolf, Sylvia Plath; el impulso de las Sufragistas; las palabras de Concepción Arenal, Clara Campoamor, Amelia Valcárcel y Celia Amorós. De María Luisa Balaguer, Laura Freixas y Lola López Mondéjar. Un eco que irrumpe como aliento entre las fisuras de una cotidianeidad que, esta semana, se ha mostrado más amable y vestida de entusiasmo. Las primeras declaraciones de la nueva vicepresidenta y ministra de Igualdad del Gobierno de Pedro Sánchez, Carmen Calvo, conceden mucho más que aliento y entusiasmo, su clara apuesta por la erradicación de la violencia de género en nuestro país, como prioridad en la hoja de ruta del Gobierno, otorgan fortaleza y una sensación que se instala como extraña por todo lo arrebatado en los últimos años, con políticas, en materia de género, inexistentes y leyes integrales que se han mantenido pero que no han sido dotadas presupuestariamente. Políticas que han obligado a muchas mujeres a regresar a las tareas de los cuidados, a las enfermedades propias y ajenas, a la precariedad económica e intelectual. Mujeres que han visto sus vidas y ambiciones sesgadas. Por ello, el gesto, el símbolo es tan importante, porque nos reconcilia con la esperanza, que ya es mucho. Ahora bien, ese gesto debe ser traducido en realidad. Y con urgencia.

La ausencia de políticas feministas y su efecto en la vida de las mujeres es violencia. Y lo digo consciente de la gravedad de la frase, de cada palabra vertida. Responsabilizándome de su efecto. Porque lo personal es político. Justo por eso. En la clausura de la tercera edición de Sala de columnas: Del #metoo al #moinonplus. La punta del hashtag: el feminismo y las redes, Cristina Fallarás, escritora y activista, narró los abusos sufridos a lo largo de su vida, en el ámbito público y privado; Fallarás fue la impulsora del movimiento #cuentalo, etiqueta que permitió contar, a millones de mujeres, las experiencias de abuso, violación, violencia y agresión sobre ellas, experiencias silenciadas en cada uno de sus cuerpos, escondidas en aulas, entre las sombras de los hogares, en la perversidad de la oficina. Contar la vida que ha sido, contarla tal como es. Contar nuestra vida a pesar de la dureza y de lo sufrido permite generar «mecanismos de identificación» que no sólo crean redes sino que generan un relato alternativo al impuesto. "Dejemos en cueros al sistema: a la sociedad, las instituciones, el sistema judicial, los medios de comunicación, los partidos políticos...". Dejémonos en cueros y compartamos el trayecto que nos ha traído hasta este punto del camino porque como bien indicó la autora de Honrarás a tu padre y a tu madre (Anagrama, 2018) esa violencia sobre nosotras, sobre los millones de mujeres que decidieron hacer público sus relatos no oficiales, de vidas arrebatadas, es una experiencia política basada en el abuso, una violencia naturalizada y autorizada, violencia ejecutada por un millón y medio de agresores sólo en nuestro país.

Tenemos la obligación de crear un mundo de ciudadanas y ciudadanos iguales ante la ley

En Íbamos a ser reinas, de Nuria Varela, libro imprescindible para entender el brazo armado del patriarcado, la violencia machista, se ofrece un recorrido a lo largo de diversos testimonios de mujeres víctimas de violencia de género en contextos de pareja, itinerario que busca analizar los motivos que han permitido que, en pleno siglo XXI, la violencia contra las mujeres siga gozando de la misma autoridad y fortaleza con las que ha atravesado la historia de la mujer. Analizar el sustrato sobre el que crece la violencia y su ejercicio. "El resultado es el testimonio de las mujeres silenciadas, maltratadas por sus parejas y por una sociedad que ni siquiera escucha sus opiniones y análisis. Junto a sus palabras, algunas reflexiones que quisiera ayudaran a desmontar las mentiras, a desenmascarar a los cómplices que sustentan la violencia contra las mujeres". Estas palabras pertenecen a la Nota de la autora. Quien bien te quiere te hará llorar y otras grandes mentiras de la historia. La violencia estructural sobre las mujeres se ha convertido en el principal problema de la sociedad española. No podemos seguir permitiendo que, año tras año, mujeres, hijos e hijas, sean asesinados a manos de sus maltratadores. No podemos auspiciar mecanismos de control que causan en las mujeres daños físicos y psíquicos de una gravedad profunda, insondable. Las que sobreviven, claro.

"No hay ningún lugar en el mundo donde no se sufra la violencia de género. Ni en países con gobiernos fundamentalistas, ni en el África de las ablaciones, ni en el Bangladesh de las mujeres destrozadas con el ácido que los varones despechados les lanzan a la cara, ni entre las poblaciones indígenas latinoamericanas, ni en la China de las agresivas políticas de natalidad, ni en el todopoderoso Estados Unidos, ni en la Europa pobre. Tampoco en la Europa rica". ¿A qué estamos esperando para erradicar esta vergüenza? Con este algo que debería hacernos sentir indignos y mezquinos. Pequeños ante lo que la experiencia de la vida debería ser para mujeres y hombres. A quienes niegan esta violencia estructurada y reducen a anécdota las mujeres asesinadas, los hijos e hijas asesinados, les invitaría a acercarse a esta realidad demoledora. Escuchar a quienes han compartido décadas junto a un maltratador, intuir sus voces ancladas en la garganta, dejarse cegar por la contundencia de una mirada cosida por el terror. Humanizar el horror. Sólo eso. Observar, de primera mano, esa realidad que intentan minusvalorar a golpe de tuit sólo para proteger los privilegios y sus élites. Está en juego la libertad de las mujeres y nuestra dignidad. Que los símbolos sembrados den, pronto, sus frutos.

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