Cultura

Donde la piedra es memoria

  • El Teatro Romano prepara el 25 aniversario del comienzo de sus excavaciones, con un programa de actividades que divulgará todo lo que las mismas han revelado: pasen y vean.

Todo pasaba, claro, por que ahí debajo hubiese lo que parecía que había. Evidentemente, no se actuó a ciegas: se realizaron las prospecciones necesarias y sólo cuando las sondas dieron luz verde se decidió la apertura del suelo. Pero aquella actuación tenía mucho de cara o cruz. En 1989, cuando el Gobierno acababa de ceder las competencias en cuestión de patrimonio a la Junta de Andalucía, se decretó el derribo de la Casa de la Cultura y el comienzo de las excavaciones del Teatro Romano. La primera piedra no se demolió en realidad hasta diciembre de 1994, cuando todos los fondos de edificio terminaron de trasladarse a la Avenida de Europa. Lo primero que encontraron los arqueólogos responsables, Pedro Rodríguez Oliva y Manuel Corrales, fue el hueco practicado en el suelo para la ubicación del gozne de una puerta, que posteriormente resultó ser la del acceso a los camerinos. Aquello resultaba más que estimulante para empezar, pero ni Rodríguez Oliva ni Corrales podían imaginar aún todo lo que iba a salir a luz a partir de entonces: un enclave único que en la misma ladera de la Alcazaba, en unas decenas de metros cuadrados, recogía restos de todas las civilizaciones que, desde la misma fundación de Málaga hace más de 2.800 años hasta el presente, han gobernado el Mediterráneo. Un tesoro de singularidad absoluta.

El Teatro Romano, a pesar (paradójicamente) de su abultada ocultación, era ya un símbolo cultural de la ciudad. Y lo era gracias al uso escénico que hicieron de él desde finales de los años 50 el Teatro ARA y los festivales grecolatinos. Ese símbolo cultural ha permanecido intacto a pesar de que (de nuevo, paradoja) el uso escénico se mantiene suspendido desde finales de los 80. Pero lo que científica e históricamente ha arrojado el yacimiento desde sus entrañas continúa siendo un aspecto aún desconocido, en gran parte, para los propios malagueños, muy a pesar de la ejemplar labor desarrollada en el Centro de Interpretación inaugurado en 2010. Desde 1989, sin embargo, la misma actividad arqueológica apenas ha sufrido interrupciones en el recinto, y lo que se ha descubierto es mucho. Los resultados de las sucesivas campañas e investigaciones se han presentado en numerosos congresos (el último se celebró recientemente en Mérida), pero falta aún una mayor divulgación de todo este legado entre la ciudadanía, verdadera depositaria del mismo. La deuda está a punto de saldarse: el año que viene, con motivo del 25 aniversario del inicio de las excavaciones, el equipo responsable del Teatro Romano, con el arqueólogo Manuel Corrales a la cabeza, celebrará un ambicioso programa de actividades que incluirá exposiciones, conferencias y otras propuestas con el fin de dar a conocer, en toda su amplitud, lo que el yacimiento ha dado de sí incluso desde mucho antes de su construcción.

Volver al Teatro Romano bajo la guía de Manuel Corrales es un motivo de satisfacción casi adictiva. El arqueólogo se mueve con la soltura doméstica que concede la experiencia y permite ver hasta donde el ojo no alcanza. Señala las áreas que corresponden a la evolución de la zona desde aproximadamente el siglo VIII a. C., en una sucesión histórica de culturas y civilizaciones que sigue un orden bien delimitado: en primer lugar, una presencia semítica con fenicios y púnicos. Posteriormente, una amplia etapa romana que puede dividirse a su vez en otros estadios: una primera vinculada a la República, asociada a otros hallazgos como las termas de la calle Cister, y la que compete propiamente al teatro, que transcurriría desde el siglo I, cuando fue su construido, hasta finales del III, cuando fue abandonado. Este periodo también se ramifica: ya a finales del siglo I, tras el gobierno de Augusto, se produjo en Málaga la reforma flavia, por la que la ciudad dejó de ser una entidad federada y pasó a convertirse en parte del Imperio de pleno derecho. Tras el abandono, el área del teatro fue empleada por una factoría de salazones que trabajó en la fabricación de garum desde mediados del siglo IV hasta finales del siglo V. El siguiente peldaño lo constituye una necrópolis tardorromana de principios del siglo VI, y posteriormente, en el mismo siglo, un conjunto de casas y almacenes de origen bizantino que se mantuvo hasta la llegada de los árabes en el siglo VIII. Los conquistadores, siguiendo la costumbre propia de la Antigüedad, desmantelaron buena parte del teatro para la construcción de la Alcazaba: emplearon sobre todo sus columnas y capiteles, así como los mármoles, usados para hacer cal. Tras la Reconquista en 1487, la historia es más conocida, o al menos mejor documentada. Todos y cada uno de estos episodios están convenientemente reconocidos en el terreno y en las piezas halladas, la mayoría de las cuales podrán verse en la sala dedicada al Teatro Romano con que contará el Museo Arqueológico en la Aduana.

La información que las excavaciones han revelado es mucha, y Corrales apunta algunos detalles. El recinto, por ejemplo, carecía de un pórtico trasero (habitual en los teatros de la época para la entrada de los artistas), lo que se debe a que Augusto respetó el urbanismo semítico de Málaga al tratarse de una ciudad autónoma. Las casas fenicias anexas estaban construidas de manera aterrazada, aprovechando el desnivel de hasta 0,75 metros del suelo (todavía comprobable en el trazado de la calle Alcazabilla, aunque de manera menos evidente desde su peatonalización) con una planta cuadrada, con zócalos de mampostería y paredes de adobe de color rojo y verde. En éstas se han encontrado inscripciones púnicas escritas ya durante la ocupación romana, lo que da cuenta del modo en que esa autonomía era respetada. Con la reforma flavia de finales del siglo I se perdió el respeto al urbanismo fenicio y también se levantó la planta del teatro para evitar inundaciones, una intervención hoy perfectamente observable en el terreno. En cuanto a la factoría de salazones, resultó esencial el hallazgo de un ánfora, justo bajo donde hoy se encuentra la pirámide acristalada, en la que habían quedado restos de garum. El análisis posterior reveló que se trataba de una pasta hecha a base de boquerón, sardina y atún rojo. Pero quizá el descubrimiento más importante al que han permitido llegar las excavaciones en el Teatro Romano es la evidencia de que Málaga ya estaba habitada cuando existió la población del Cerro del Villar, hace unos 2.800 años. Hasta hace apenas dos décadas se mantenía vigente la idea de que los primeros habitantes de Malaca llegaron desde la desembocadura del Guadalhorce cuando la crecida del río anegó al delta en el que se había establecido la colonia. Hoy se sabe que ambas sociedades fueron coetáneas.

El Teatro Romano fue un espléndido recinto de mármoles blancos, rojos y grises con zonas comunes para el esparcimiento y una distribución de los espectadores por categorías sociales. Con la comedia de Plauto y Terencio ya en desuso, los repertorios consistían sobre todo en mimos y pantomimas. Pero su uso, también asambleario, estuvo vinculado tal vez a un anfiteatro que la tradición sitúa en la Plaza de la Merced y del que no se han hallado restos, dentro de un mismo itinerario litúrgico que presidían los sacerdotes. Más motivo, si cabe, para seguir haciendo memoria de la piedra.

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