Cultura

Algunas pócimas amatorias en pro del deleite

Festival de Teatro de Málaga. Teatro Echegaray. Fecha: 10 de enero. Producción: Ron Lalá y Galo Film. Dirección: Yayo Cáceres. Dramaturgia: Álvaro Tato, a partir de 'La Celestina' de Fernando de Rojas. Reparto: Charo López y Fran García. Música: Antonio Trapote. Aforo: Unas 300 personas (lleno).

Confirmado: el verdadero hallazgo que entrañaron Siglo de Oro, siglo de ahora (Folía) y En un lugar del Quijote no fueron más que avanzadillas de lo que aún ha de venir. Los de Ron Lalá siguen dispuestos a darle al repertorio clásico español un lustre que necesitaba sin duda, con poesía, música y mucho oficio, pero más aún a través del ludus, la verdadera razón y esencia de aquel teatro practicado desde las postrimerías del Medievo hasta la seriedad académica de las Luces: el deleite. Ahora, Álvaro Tato y Yayo Cáceres han decidido meterle mano al verdadero origen de todo esto, La Celestina, que en la historia de la cultura española representa en gran medida lo que pudo ser y uno fue, especialmente desde su querencia humanista. Y Ron Lalá se lleva la obra de Fernando de Rojas a su terreno, con una sabiduría solvente y una disposición preclara a servirla al espectador para que semejante torbellino de pasiones y eras enfrentadas se traduzca en diversión y goce. Para que todo esto funcionara, claro, hacía falta una Celestina en consecuencia; y aquí que Charo López compone, desde el ángulo de la confesión apócrifa (y precisamente en el rasgo apócrifo rinde Ojos de agua su mejor homenaje a la mejor literatura que han dado este país y esta lengua) una alcahueta real, de tierra, coqueta y peligrosa; una trotaconventos hecha de memoria y, por tanto, devenida en poema, sin traicionar uno solo de sus presupuestos. El trabajo de la actriz es soberbio, pleno y generoso, sin medias tintas ni intervenciones intelectuales. La mejor Charo López que un servidor recuerda haber visto.

Donde más y mejor se cuela la fórmula de Ron Lalá es en las canciones, interpretadas por un estupendo Fran García como el espíritu de Pármeno (menudo acierto, dicho sea de paso, rescatar al imposible hijo de la imposible madre de entre toda la galería de personajes; pues es Pármeno quien más tormentas desata en su corazón entre el amor y el odio). En su firme posición secundaria, siempre aliado con la guitarra de Antonio Trapote, García resulta ser joya de primerísima fila, y además tira de virtuosismo, sobremanera, al evocar el final de la tragicomedia con la apostasía rabiosa de Pleberio. Poca edad y mucho talento: hay esperanza para este siglo.

Todo en Ojos de agua está hecho desde el amor al teatro: la dirección eficaz y significativa, la interpretación que nunca se llega a asimilar como tal (sí como verdad), la escenografía resuelta en una verticalidad amable con aireado equilibrio, la iluminación cómplice de la poesía. Buena pócima es ésta para caer rendido a sus pies.

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