Cultura

Pues yo prefiero quedarme en casa

Resulta más que difícil comulgar con la nueva película de Manuel Gutiérrez Aragón, por mucho que los diez primeros minutos del metraje constituyan un episodio mucho más interesante que la totalidad de su anterior cinta, Una rosa de Francia, también presentada en Málaga. A pesar de que la producción encierra algunos ejercicios interesantes (la primera cena entre machotes euskaldunes recurre con inteligencia a ciertos elementos depalmianos para alimentar la tensión), la sensación que deja en el espectador es de completa frustración, especialmente si el citado ha tenido oportunidad de leer previamente la sinopsis prometida: allí se habla del dilema moral de un etarra que pierde la memoria y que se ve obligado a decidir entre volver a ser el criminal que fue o cambiar de vida. Este dilema, vaya por Dios, no se ve en la pantalla ni de lejos.

Al cine de Gutiérrez Aragón le viene faltando honestidad desde hace ya varios años, y Todos estamos invitados no es una excepción. Los personajes distan mucho de ser creaciones humanas y funcionan más bien como comodines manejados al uso para prolongar el invento, con sudor y lágrimas, más allá de los 80 minutos. El ejemplo de libro es el del propio etarra dislocado, al que defiende como puede Óscar Jaenada, y cuya presencia no aporta carne al argumento hasta un final sacado de la manga, en el que, si hubiera ocurrido justo lo contrario y las víctimas hubieran sido otras, habría cabido tragárselo (no creérselo) con igual resignación. El papel de Iñaki Miramón no tiene más razón de ser que el de sostener el guión para ser eliminado sin mucha inteligencia, cuando ya no hace falta, sin más. Otros personajes, como el presunto jefe de ETA que dirige la organización desde la cárcel, no aportan nada y si no hubiesen estado el resultado habría sido exactamente el mismo.

Así que me quedo con José Coronado, por mucho que no me termine de creer su relación con Vanessa Incontrada. Por lo demás, si esto es un thriller, faltar al respeto a la inteligencia del espectador no es precisamente la regla de oro del género.

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