Cultura

En su punto, pero falta carne

Cada nueva oportunidad para ver a Els Joglars en acción permite comprobar el proverbio aristotélico según el cual sin ética no hay estética. En las últimas representaciones en Málaga, desde La torna de la torna, me he sentido sin embargo especialmente inclinado a valorar el cómo se dice más que lo que se dice, por mucho que mis dudas políticas, artísticas y sociales (más que las convicciones; de éstas, de hecho, apenas me quedan) comulguen con cierto alivio con el contenido, como sintiéndose menos solas. Ocurrió en En un lugar de Manhattan, sentido homenaje al teatro de expresiva ternura, y ha vuelto a ocurrir en La Cena, aquí si cabe de una manera más acentuada. Y no porque el desarrollo del cuento resulte baladí: los ataques a la progresía política e intelectual del momento son acertadísimos, al igual que la detección y diagnóstico de los aprovechados de turno. Ya desde la postura de la flor de loto adoptada por el gabinete ministerial de Medio Ambiente queda en evidencia la estupidez, frivolidad y oportunismo con el que los órganos (geniales las referencias a la prensa) y ejecutores del poder esgrimen sus argumentos y elevan a los altares a sus héroes. El asunto del cambio climático ha venido a delatar la escasa categoría de quienes han encontrado los modos más eficaces de presentarse en sociedad como salvadores del mundo mientras no dan golpe, y aquí Els Joglars, como se esperaría, aprietan las tuercas con la mala uva justa y necesaria.

Y, sin embargo, los mejores momentos del montaje, aquéllos en que la criatura de Boadella se revela como más auténtica, son los interludios sazonados con Las cuatro estaciones de Vivaldi, mudos pero muy significativos a la hora de denunciar cómo las políticas medioambientales son las peores enemigas del medio ambiente. El qué descansa aquí en el cómo y significa mejor. Las coreografías en torno a mariposas y globos terráqueos (la conclusión dedicada a Galileo y el Papa es quizá lo mejor de la obra), la escenografía sencilla pero efectiva siempre, la teatralidad que mantiene el cordón umbilical con la comedia del arte a pesar del paso de los años (expresada en la cantidad de puertas y ventanas invisibles que se abren y se cierran) y, sobre todo, la interpretación (sobresaliente como acostumbra Ramon Fontserè, y justo es decirlo, el mejor actor español junto a El Brujo; y asombrosa Pilar Sáenz como la ministra) tienen mucho más de Els Joglars que la sátira per se, ya que ésta, a pesar de su saludable capacidad pedagógica, deja demasiados cabos sueltos y arrastra la sensación de que se podía haber afinado más: recursos como el canibalismo parecen forzados o descuidados en el transcurso de la obra, mientras que el personaje del Maestro Rada no da todo lo que promete al principio muy a pesar de Fontserè. Aún así, pongan tenedores a este menú.

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