Cultura

Sobre el reverso revelado

Mientras circulan en librerías de viejo a bajo precio los volúmenes de la anterior edición de El Aleph de esta obra, la editorial acaba de volver a poner en circulación Poderes terrenales de Anthony Burgess, novela necesaria y de recuperación acertada por cuanto la evidencia pesa por sí misma: a estas alturas, la religión sigue defendiendo su influencia no sólo en las agendas políticas, sino en las claves hermenéuticas que convertirán en el futuro a este siglo en motivo de estudio histórico. Ni el europeo ilustrado ha dejado de confesar sus bajezas a sus ídolos ni los entusiastas de Nietzsche han dado por concluida la misión. Recientemente, José Saramago apuntaba en un artículo la necesidad de asentar el debate sobre Dios en la ONU y hasta en la OTAN, y aquí es donde la obra de Burgess adquiere especial sentido casi treinta años después de que fuera escrita. Poderes terrenales cuenta, con un humor sospechoso (ése que mueve al lector a levantar la ceja y la media sonrisa tras cada página) e irónico, la historia del escritor Kenneth Tommey, un intelectual al uso, apóstata, agnóstico y homosexual, cuyos servicios son requeridos para investigar una supuesta curación milagrosa ocurrida medio siglo antes en la que el Papa Gregorio XVII, en proceso de canonización tras su muerte, tuvo bastante que ver.

Si en La naranja mecánica (1962) Burgess escudriñaba en el individuo roto por las estructuras sociales capitalistas y en Mil novecientos ochenta y cinco (1978) daba la razón a Orwell en la disección del estalinismo como instrumento contra la libertad como condición intrínseca a lo humano, en Poderes terrenales son las instituciones que representan (y construyen a su gusto) la noción de la divinidad las que ejercen su peculiar interpretación de la Historia para extraer su propia conclusión: la apropiación del misterio es la garantía del éxito. La iglesia o asamblea que logre convencer con su exégesis de Dios será la que conserve al becerro de oro por los cuernos. Aquí no hay dialectos del ruso ni lenguas trogloditas, tan al gusto de Burgess, pero sí una revelación asombrosa del reverso más indefenso.

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