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Desde los rincones oscuros

  • Disparan desde trincheras diferentes, pero se diría que estos francotiradores apuntan a objetivos no demasiado distantes. Desde Málaga, Kermit; desde Sevilla, José Cicuta

Esta semana repara La Ventana Pop en dos títulos andaluces de reciente aparición, situados ambos en los elásticos márgenes del género y definitivamente ajenos a cualquier sospecha de complacencia.

Tras debutar en largo el pasado 2012 con Autoficción, un disco que ya aportaba innegables pruebas sobre su inclinación por el post-rock en canónica versión instrumental, la banda malagueña Kermit da un considerable paso adelante pisando el mismo camino que otros abrieron antes. Se entiende que con la intención de escapar de esa concepción del género indudablemente vetusta y, casi se diría, congelada ya en el imaginario melómano.

No muy lejos pues de la fuga hacia adelante que ejemplifica el catálogo del sello estadounidense Thrill Jockey -muestrario de posibilidades a veces brillante, a veces fallido-, el grupo no sólo potencia en su nueva entrega el componente jazz, sino que además opta por introducir un atractivo armazón conceptual que centra la atención y fija el objetivo, alejando de paso el fantasma de la especulación gratuita.

Esa guía, a la que aquí se homenajea desde la admiración y el respeto, es la revista poética Litoral, de la que el álbum toma su nombre, emblema y fetiche para la Generación del 27, de azarosa existencia pero todavía hoy felizmente viva. De hecho, es su actual director y diseñador gráfico, Lorenzo Saval, el encargado de firmar el arte del disco, incluida una portada desde la que un faro ardiente, con misteriosa inquilina, sigue arrojando luz pese a que las llamas ya devoran su base.

Utilizando sampleados de Roberto Bolaño, George Orwell y Alan Ginsberg -I saw the best minds of my generation destroyed by madness… Ya sabe- y recitados de poemas de Raúl Díaz Rosales y Francisco Trujillo -este último, bajista de la formación-, Litoral propone un hipnótico periplo condensado en el primer año de actividad de la publicación. Justo de ahí que su corte inicial responda al título de 1926 -cuando Emilio Prados y Manuel Altolaguirre la ponen en marcha- y el último sea 1927.

El primero es un tema de luminosa quietud y ondulante reiteración de motivos -ese patrón tan post-rock- que crece en intensidad y luego se desvanece para recibir la voz poética; el último, por su parte, se dilata más allá de los once minutos alternando diferentes enfoques -de la electrónica al jazz-. Por medio quedan cinco atractivos cortes hilvanados sin pausa, entre los que destacan el orientalizante Ingeborg -inspirado en aquel desquiciado personaje femenino de 2666, la meganovela de Bolaño- y Magnitizdat -con primerizo pulso motorik y guiño a la masiva copia casera de cintas magnetofónicas que el totalitarismo soviético provocó entre los ciudadanos del Este-.

Aunque en ocasiones Litoral deje una leve sensación de imperfección -ahí donde las ambiciones estéticas del grupo quedan algo por encima de sus no pocas habilidades como instrumentistas-, el resultado final (y global) nos revela a una banda todavía en crecimiento, pero ya con suficientes argumentos para reclamar, en justicia, un merecido hueco desde los rincones más inquietos de la exultante escena andaluza.

De similares rincones emerge el trabajo de José Cicuta, dúo sevillano integrado por Agustín Suárez y Eduardo J. Benítez que previamente había puesto en circulación dos trabajos autoeditados, el álbum La buenaventura (2010) -otro disco de inspiración literaria, en su caso Meridiano de sangre, de Cormac McCarthy- y el EP K is for Magic. Pendientes ahora de una, a priori, atractiva colaboración con el atípico cantaor Niño de Elche -que ya ha vivido puesta en escena en directo con prometedores perspectivas-, Santa afirmación supone su segunda y recomedable entrega en largo.

En su caso, cabe hablar sin más conjeturas de rock experimental, pues aunque la música que proponen bebe de muy diversas fuentes -de las antiguas vanguardias académicas a la electrónica contemporánea, pasando por el paisajismo agreste y las bandas sonoras cinematográficas-, su apuesta, por pura afinidad cultural, engarza con la de indómitos francotiradores de ese ámbito. No en vano, citan a Coil, Throbbing Gristle o Swans entre sus reconocidas influencias.

Fascinante en su lento y denso desarrollo -nos dan la bienvenida con El loco, trece minutos de burbujeante magma sonoro que, en su primera parte, encuentra en el recurso de una leve distorsión el perfecto contrapunto a la nebulosa melodía-, Santa afirmación despliega todo un catálogo de música entendida a un tiempo como receptor y catalizador de diversos estados de ánimo -música, al fin y al cabo-, aunque entre éstos imperen, parece evidente, los de perfil apesadumbrado y meditabundo por encima de los felizmente ensoñadores.

No obstante, la paleta de José Cicuta -reforzada también aquí, en varios cortes, por el imponente quejío de Niño de Elche- es amplia y rica. Tanto que los directores de cine de acá y de allá están tardando ya en echarle el lazo. Cualidades cinemáticas les sobran.

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