Cultura

Entre la 'saudade' y el 'uptight'

COMO ocurre con bildung o innigkeit -palabras alemanas inalcanzables desde el castellano: período de formación la primera, "interioridad profunda" la segunda (según Hannah Arendt)-, la portuguesa saudade es un término escurridizo en su definición. Algo parecido al estado de la enfermedad del hogar -la nostalgia anglosajona-, la añoranza o morriña, el sentimiento de pérdida; echar de menos es uno de los significados que devuelve el diccionario. Una obsesión por esta palabra es la que sacude la primera obra visual de Virginia Rota (Málaga, 1989): fotógrafa autodidacta, al estilo de los tenistas en la época de René Lacoste. La joven creadora expone por primera vez en España de manera individual, y lo hace en La Casarosa, la mansión de finales del siglo XIX que, encajada en una especie cruce de caminos de República Argentina (y regentada por su anfitriona, la galerista Blanca Fernández-Canivell Giner), abre sus puertas al arte incipiente, con esa audacia que requiere rastrear entre lo desconocido, los nombres no consagrados, los novísimos, en suma. Rota lo es, y en Saudade (abierta al público hasta el 27 de abril) deslumbra pese a lo tenebrista de su primera propuesta fotográfica. Hay aquí un desarrollo espontáneo de deudas latentes y declaradamente inconscientes que van desde el caravaggismo por la vía del chiaroscuro a la Hermandad Prerrafaelita, a ese fotógrafo del alma -que no saqueador-, llamado Pierre Gonnord; o a una Cindy Sherman pendiente de vivir un poco más. Hablo de inconscientes porque no parecen gozar del reconocimiento de la propia autora, aunque tampoco es que revista tanta importancia: "No creas al artista, cree lo que te cuenta", destaca Greil Marcus del D.H. Lawrence de Studies in Classical American Literature. En este sentido, lo relevante es la obra parlante, así como el extremo del diálogo: la persona interpelada que busca una respuesta.

Sin embargo, antes de la respuesta existe una pregunta previa. ¿Por qué miro así, por qué echo de menos, por qué esta desolación? El anhelo de las modelos retratadas, todas ellas mujeres de distintas edades y fisonomías -la delgadez, asociada en este caso a la debilidad, se impone por expreso deseo de la creadora- se traduce en un enfoque multidireccional, esquivo en su mayor parte a la mirada de quien está al otro lado de la instantánea. Al tanteo inicial, con disparos colgados en el hall de la casa y una frase que relata -en parte- el trip artístico y emocional de la artista (incluido su autorretrato, referencial de sí misma pero no exento de misterio), le sigue el salón-sala central de la galería, donde se enfrentan dos piezas radicalmente distintas. El de la izquierda huele a espíritu adolescente, pero en su versión más impúdica, la que remite quizás a un primer amor y a un primer abandono. El de la derecha impone, en cambio, un carácter pictórico con el que Rota ofrece un respiro de color prerrafaelita, desconcertante, abocado a alzarse como highlight de la exposición. Margot, S/N como el resto, posee un aire moderno del que resulta difícil recuperarse. A no ser que el enfoque se dirija hacia desnudos donde apenas se intuye un seno, el sí pero no que los estudiosos masculinos achacan a la poesía de Santa Teresa. Un "vivo sin vivir en mí" al que la artista invoca en su declaración de intenciones ("Yo no hago otra cosa que deshabitarme"). Si en los gestos o rictus se entrevé esa desidia a la que la autora alude, el fin del objetivo se ha resuelto; y lo hace desde la desilusionada madurez, o desde la crepitante juventud. El esplín parece un insalvable escollo al que la vida somete. Ejercicios de sorprendente expresividad, como el claroscuro radical del ojo, dan paso a una secuencia de imágenes donde Virginia vuelve a disparar con la intención de captar los restos, los rescoldos. Lo que fue. Cierto psicologismo se desprende en su propuesta para el alma, y en este sentido hay un poso de su formación en la disciplina de la psicología. La exposición a la cámara de las modelos, el intercambio silente entre retratadas y retratadora, encierra mucho de pacto, de verdad.

Una mirada escrutadora e inquiridora finaliza el recorrido casi circular de la galería, cuya luz natural invita a visitarla -mejor- en horas crepusculares. Saudade cuenta con dos proyecciones donde Virginia Rota da rienda suelta a su faceta de cineasta experimental: Dolo (2014) y El vencimiento (2014), dos found footage con metrajes encontrados que Rota manipula, insistiendo en el dolor y la pérdida como cuestiones principales. Especialmente en la segunda obra, que La casarosa estrena: un uptight a prueba de estómago.

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