Ítaca

La señal del hombre-lobo

  • Élmer Mendoza viaja al tuétano de un México arrasado por la violencia como moneda de cambio cotidiana en su nueva novela, ganadora del Premio Tusquets

Criar fama y echarse a dormir puede conseguirse casi con el mismo movimiento. Al mexicano Élmer Mendoza (Culiacán, 1949), novelas como Cóbraselo caro, Efecto Tequila y especialmente la brillantísima El amante de Janis Joplin (que mereció en 2005 el Premio Nacional de Literatura José Fuentes Mares) le han valido el cariñoso apelativo de narcoescritor, un condimento clasificatorio que el autor ha terminado por asimilar, llevándolo, eso sí, a su terreno. No obstante, y para que no queden dudas, Mendoza insiste en su registro huracanado en su última novela, Balas de plata, que fue reconocida el pasado noviembre con el Premio Tusquets y que acaba de publicarse en España. Se trata, ante todo, de la confirmación del escritor como genio en su particular gallera: en 1999, cuando apareció su primera novela, Un asesino solitario, el crítico mexicano Federico Campbell definió a Mendoza como "el primer narrador que recoge con acierto el efecto de la cultura del narcotráfico en nuestro país". Balas de plata es la prolongación de la línea iniciada entonces, la demostración de que es posible conducir la decadencia moral, económica, social y política de un país a través de menos de 300 páginas, con los agentes justos y el impacto deseado.

La novela es, ciertamente, un narcocorrido brutal, una borrachera que no ofrece cuartel al lector, construida a partir de breves episodios que van amontonando la acción como si se pisara un acelerador. El recurso cinematográfico del ritmo es demoledor, repleto de amenazas, ejecuciones, honores mancillados, persecuciones y resoluciones nada complacientes. Políticos, narcotraficantes, policías, antiguos amores y detectives se enzarzan en una carrera por salvar el pellejo cuando todos (planea la sombre de Cormac McCarthy, maestro) lo saben perdido de inmediato. Todas las balas son de plata y todos los personajes son hombres-lobo. El verdadero terror que emana de las páginas es la asimilación, primero por parte de los protagonistas y luego del propio lector, de la violencia y la masacre como hechos comunes, cotidianos, conformadores de una cultura que se respira y se practica y para la que nadie plantea alternativas. Nutrida de realidad, perfeccionista en la ficción, Balas de plata huele a música (a los Beatles, a los Stones, a Queen, a las rancheras) y a cosas quemadas.

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios