Arte

La seriedad del juego

  • El malagueño Javier Calleja salta al Espacio Proyectos del CAC Málaga con la minuciosa y detallista 'Play room'

Al ver la exposición de Javier Calleja no he podido evitar recordar cómo en la década de 1930 se insistía desde la crítica en el factor lúdico de la obra de Miró. Se destacaba de éste que disfrutaba creando como un artesano, mientras que el artista manifestaba sentirse contento de tener algo de genio y nada de talento, lo que le permitía no trabajar sino jugar como un niño. También he recordado el Homo ludens de Huizinga, en el que el arte se describía como un ejercicio lúdico, una manifestación ajena a la utilidad y a un fin último, sólo el de la propia libertad en la creación.

Pues bien, términos como lúdico, juego, artesano o niño afloran inevitablemente al transitar por el espacio que ha tomado el artista malagueño como una particular habitación de juego. La intervención espacial de Calleja tiene la virtud de sumergir al espectador en el imaginativo mundo del creador, transportándolo y haciendo fluctuar su percepción. Todo ello gracias a que Calleja juega con las dimensiones y la variabilidad de escala de elementos cotidianos y personajes, tanto en miniatura como sobredimensionados, con lo que el espectador pasa de observador a observado, de sujeto que escudriña lo diminuto a objeto escudriñado. Se produce por tanto un juego con el perspectivismo, un continuo cambio de posición debido a la variación de dimensiones, de modo que nuestro juicio se vea influido por este cambio físico. Suerte de viaje de Gulliver en el que, como el personaje de Swift, pasamos de Lilliput a Brobdingnang. Calleja consigue flexibilizar el espacio, exigiendo al espectador una interactividad alimentada por la curiosidad que hace que el carácter pasivo-contemplativo sea obviado (nos arrojamos a la pared como si del suelo se tratara para ver sus paisajes que trepan hasta el techo, o incluso nos agachamos intentando apreciar cualquier detalle microscópico como la Alicia de Carroll que miraba por la cerradura).

Siendo bastante esta experiencia de cuestionamiento de los límites perceptivos, además, lo lúdico ofrece irónicas y profundas preguntas que lanzan sus personajes adelantándose al juicio del público: "¿Arte?", "¿Arte contemporáneo?" o "Soy artista ¿Y tú?". Calleja no elude situarse en el escurridizo precipicio en el que cuestiona la concepción artística de su propia obra tanto como la percepción artística del público, con lo que detrás de ese universo aparentemente despreocupado y ensimismado emerge una reflexión sobre la infancia, el poder del juego y los límites del arte.

Su universo, tremendamente atractivo y visual, se encuentra sumamente densificado, compuesto por un amplio número de imágenes recurrentes y de distinta naturaleza y procedencia (nubes, cerillas, mesas, lluvia, piscinas, personajes cubicéfalos) que emplea a modo de símbolos, en ocasiones enigmáticos y otras más evidentes. Algunas de sus imágenes se hallan extraídas de la cultura del entretenimiento y de los mass media, pero destacan las que ha configurado o transformado en elementos inequívocamente propios, en muchos casos, abstractos. Sus dibujos soportan sentencias que juegan con la ironía, la paradoja y la interconexión de lo visual con el lenguaje: resuelto juego burlón que parafrasea manifestaciones de índole conceptual.

Aunque muchas pudieran ser las referencias formales de Calleja, no subyacen en sus piezas el monumento a lo cotidiano de Oldenburg, ni la desolación de los personajes de Baltazar Torres, ni la metaforización fabulística de Lumbreras, ni la infancia como estadio de rebeldía y conflicto de Yoshitomo Nara, más bien lo contrario, la infancia como espacio de desbordante creatividad, eliminación de la lógica perceptiva y el enjuiciamiento y ampliación de los límites artísticos.

Sin duda, Calleja concita al artesano, al niño y al artista: los que disfrutan, juegan y plantean reflexiones.

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