tareas domésticas y otras mentiras

La sociedad frente al espejo

  • En 'El hombre que no deberíamos ser', Octavio Salazar plantea una transformación a todos los niveles y un interesante planteamiento en torno a modelos alternativos al esquema falocéntrico

Uno de los asuntos que más preocupan del feminismo -y que se percibe como amenaza- es su capacidad para mostrar a la sociedad aquello que ésta se empeña en no querer ver ni escuchar. El feminismo señala hacia todas las desigualdades que el patriarcado genera, desigualdades que echan raíces y de las que brotan otras asimetrías que tienen por respuesta ismos que buscan oponerse a esta realidad que desconecta a la mitad de la población y que pone en riesgo al planeta; ismos que, sin estar directamente vinculados al feminismo, refuerzan la principal lucha del movimiento: la igualdad entre seres humanos.

Esa habilidad para alumbrar hacia lo no igualitario viene precedida por un despertar al feminismo, es decir, por una toma de conciencia que, según el individuo y sus circunstancias, ocurre en un momento u otro de la experiencia de la vida. Ahora bien, independientemente de cuándo ocurra dicho alumbramiento, esta toma de conciencia de quién soy realmente frente al reflejo impuesto por el entramado patriarcal viene acompañada por la responsabilidad que se asume con la sociedad, responsabilidad vinculada al anhelo de cambio de un orden estructural que es injusto para las mujeres, principalmente, pero también para los hombres que se ven sometidos a un modelo de masculinidad hegemónica que los limita como personas.

Advierte el autor de que el hombre debe perder el miedo a decir: "yo también soy feminista"

El nuevo libro de Octavio Salazar, El hombre que no deberíamos ser (Planeta, 2017), el autor (que presentará esta obra el próximo 21 de marzo en el Ateneo de Málaga) se ocupa de señalar -y analizar- hacia la desigualdad de corte patriarcal sufrida por las mujeres al tiempo que revisa cada uno de los componentes del andamiaje sobre el que se construye el modelo de masculinidad hegemónica, un hombre sin matices, siempre viril, atento a la agresividad, provisto de privilegios, esclavo del poder falocéntrico, desafecto,… para terminar, a modo de colofón, con el que no sólo es el gran aliento del libro, sino su motor evocador, "un decálogo para un proyecto de nueva subjetividad masculina", un itinerario que permite al varón liberarse de unos códigos identitarios, pero también sociales y políticos, para descubrir un nuevo horizonte lleno de «retos desde los que transformarnos y transformar la realidad en la que vivimos», desde el que reconstruirse para proclamar una sociedad más justa y digna.

"Es prioritario que los hombres nos miremos en el espejo para que seamos capaces de descubrir y asumir nuestra parte de responsabilidad en el mantenimiento de un orden (el patriarcal) y de la cultura que lo sustenta (el machismo), pero también es necesario que nos miremos desde afuera"; con estas palabras, el autor cordobés eleva a la categoría política la revolución que tantos y tantos hombres tienen pendiente, y plantea la necesidad de que el varón se incorpore al mundo de los cuidados para hacerse corresponsable del ámbito doméstico y familiar, incorporación que obligaría a romper el actual esquema laboral, que haría saltar por los aires la doble jornada que machaca a diversas generaciones de mujeres, y, por ende, "darles valor social y económico, y hasta emocional, a los trabajos de cuidado. Para ello hacen falta, sin duda, medidas legales y políticas públicas, pero también que los varones incorporemos el cuidado, el de nosotros mismos y el de los demás, como parte de nuestro desarrollo personal".

Este salto al otro lado del espejo supondría, además, dejar atrás esa tremenda y terrible definición consistente en un juego de contrarios, "ser hombre es no ser mujer", enfrentamiento que subyuga a un género y le concede a otro todas las variables relacionadas con la distribución de los privilegios. El designio de este hombre feminista pasaría, irremediablemente, por recalibrar la monopolización del poder, por distribuir sus posiciones y por modificar la lógica del dominio -que suele tener por consecuencia directa prácticas violentas sobre la mujer, la prostitución, la explotación de niñas y mujeres- y por proclamar la tan urgente revisión del espacio público, revisión que permitiría a las mujeres recuperar todos esos territorios usurpados en cualesquiera de las disciplinas en las que hemos sido seres creadores y pensantes, en las que hemos sido seres imprescindibles para el desarrollo y transformación de la humanidad.

Esta obra plantea, en definitiva, una transformación a todos los niveles y un interesante planteamiento en torno a esos otros hombres posibles, modelos alternativos al esquema falocéntrico, que pueden y deben asumir su lugar en "la revolución masculina que tantas mujeres llevan siglos esperando", esa gran revolución pendiente protagonizada por hombres feministas que deben acompañar y reforzar el gran despertar feminista que estamos viviendo.

El hombre debe tomar conciencia de su lugar privilegiado en el mundo y de los desajustes y humillaciones que ello ha generado en el otro sexo. El hombre debe tomar conciencia y despertar. El hombre debe perder el miedo a decir: yo también soy feminista. Juntos somos imparables.

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