Cultura

Los sonidos de la naturaleza

'Looking back'. Sala María Cristina. 9 de julio de 2012: Músicos: Andreas Prittwitz (flauta de pico); Joan Espina (violín); Juan Carlos de Mulder (guitarra barroca); Ramiro Morales (tiorba); Laura Salinas (viola da gamba). Repertorio: Obras de Haendel, Maráis, Von Biber, Telemann y Vivaldi. Aforo: Algo más de medio aforo.

El polifacético Andreas Prittwitz -músico de clásica, jazz, new age, colaborador de algunos ilustres, como Sabina, Serrat o Javier Krahe, productor musical, pedagogo y actor- presentó el lunes la versión más academicista y rigurosa de su proyecto Looking back en el Festival de Música Antigua, con un programa dedicado a explorar las posibilidades tímbricas del barroco europeo.

Además del propio Prittwit en las flautas de pico y Joan Espina como violín solista, la formación -un quinteto- contó con la viola de gamba de Laura Salinas y la presencia de Juan Carlos de Mulder (un veterano del Festival, que nos visitó el pasado año con la Camerata Ibérica) y Ramiro Morales, alternando la guitarra barroca y la tiorba. Estos últimos formaban un peculiar bajo continuo de cuerda pulsada, que imprimía al conjunto cierto aire de música popular.

El concierto fue de menos a más. Los primeros movimientos del Concerto à quattro de Haendel estuvieron dominados por unos instrumentos solistas excesivamente agudos, corrigiéndose en la segunda parte. Tampoco en la Suite nº2 de Maráis era fluido -incluso, resultaba algo confuso- el diálogo entre el violín y la flauta, que sí funcionó a la perfección -conforme a la calidad de los intérpretes- en los tríos de Telemann y Vivaldi.

Hubo tiempo también para el virtuosismo. Primero, con la Sonata para violín solo, de Biber; una muestra de música representativa, plagada de onomatopeyas del mundo animal (y, en este sentido, muy distinta al Carnaval de los animales de Saint-Saëns), que Espina resolvió con mucho oficio y buen humor. Sin embargo, el punto álgido del concierto llegó con la Fantasía VII de Telemann para flauta sola; una obra también impregnada por la sonoridad del mundo natural. La interpretación de Prittwitz, técnicamente asombrosa, fue precisamente eso, pura expresión de vida.

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