Cultura

El teatro está en otra parte

Festival de Teatro. Teatro Cervantes. Fecha: 11 de febrero. Producción: Centro Andaluz de Teatro. Dirección: Carlos Álvarez-Ossorio. Dramaturgia: José Manuel Mora, a partir de la obra de Bertolt Brecht. Reparto: Juanfra Juárez, Gregor Acuña-Pohl, Josu Eguskiza, María Alfonsa Rosso, Víctor Vidal, José Chaves, Paqui Montoya, Paco Inestrosa, Daniel Ortiz, Laura Barba, Verónica Moreno, Virginia Nölting, Paco Luna y Esosa Omo. Aforo: Unas 200 personas.

Hace ya siete años (Dios mío, como pasa el tiempo) pude ver el montaje que Carlos Álvarez-Ossorio puso en escena de En la soledad de los campos de algodón, de Koltès. En un escenario desnudo, con una iluminación esencial y sin trucos de clase alguna, dos actores (entre ellos, el propio Álvarez-Ossorio) mantenían un duelo interpretativo que entraba de lleno en el plano físico y se desarrollaba con una inusitada violencia. Repasando ahora la crítica que escribí en su momento, vuelvo a constatar cuánto me gustó aquella obra. Y tal vez por eso este Arturo Ui se me hace especialmente doloroso. Más aún, cuando recuerdo que en aquel trabajo Álvarez-Ossorio ponía en bandeja una reflexión sobre la condición del extranjero, y su trasvase al modo en que Occidente percibe al resto del mundo, tan rabiosa y descarnada como exigente, compleja, ambiciosa y nada complaciente. Y no deja de ser curioso que el momento que más me gusta de este Arturo Ui, de lejos, sea la escena en que el actor al que encarna Paco Luna evoca, guiado por el genio y el miedo, el Roberto Zucco de Koltès. Si no fuera porque parece más cinismo que casualidad, hasta podría tener gracia.

El Arturo Ui con el que el CAT retoma su actividad productiva tres años después va justo en la dirección contraria de todo esto. El espectáculo se resuelve en una escenografía abierta, presidida por una gran pantalla que, merced a un circuito cerrado de televisión, constituye acaso el guiño más elocuente a la teoría brechtiana de la representación. Ya en tierra, son unas cajas vacías las que configuran el espacio, pero su presunta calidad simbólica queda anulada y terminan estorbando, seguramente porque al final no hay nada detrás del símbolo. Fuera de las cajas, todo se muestra igual de vacío. El montaje avanza durante más de dos horas como un paquidermo matado a pellizcos. Nadie parece tener ganas de que la maquinaria cobre un poco de vigor. La versión sustituye los gángsters de Brecht por una suerte de macarras de tres al cuarto, y resulta muy difícil entender los motivos de esta decisión (si se trataba de ejercer una aproximación al presente, más habría valido un Pequeño Nicolás). En consecuencia, la gracia de aquel texto, la eficacia con la que Brecht adorna con una envoltura ligera un artefacto de órdago, se esfuma por completo sin que ni Álvarez-Ossorio ni nadie aporten otro valor en su sustitución. Todo pretende ser grave, serio, aparatoso, grande, cuando en realidad es un tostón. La dirección, frente a la pródiga originalidad de En la soledad de los campos de algodón, se dedica a imitar a Álex Rigola (en el uso recurrente de los micrófonos) y al peor Calixto Bieito (véase la muerte de Ernesto Roma). Aquella violencia expresada en lo desnudo para la obra de Koltès, como un estallido físico, es aquí una peleílla de perros que no suscita más que frío. La impresión definitiva es que todo lo que puede ser La evitable ascensión de Arturo Ui está en otra parte: no hay escenografía, sino trucos. Los intérpretes no parecen compartir, ni creer ni comprender lo que están diciendo, ni siquiera cuando, presuntamente, se desmarcan de sus personajes; pero esto no se debe, que conste, a la calidad del reparto, que la tiene, bastante irregular pero más desaprovechada (especialmente en el protagonista, Juanfra Juárez, así como en María Alfonsa Rosso y Paco Inestrosa, por citar a algunos), sino a una dirección de actores cuyos efectos brillan por su ausencia.

Para colmo, lo que apuntaba a una oportuna exégesis de la corrupción termina redundando en un discurso repleto de tópicos y baldío, facilón y previsible, con más trucos como la salida por Charlie Hebdo y una exposición sobre la inmigración digna de debate de tercero de ESO. Ninguno de los que fomentan las desigualdades presentes va a sentirse aludido por un griterío tan aburrido. Teatro, lo que se dice teatro, no hubo.

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