Cultura

"Que el teatro sólo interesa a una minoría es una idea fascista"

  • El maestro argentino encarna al rey Lear en el montaje que dirige Gerardo Vera y que se representa desde hoy y hasta el domingo en el Teatro Cervantes

En España se ha prodigado poco, pero Alfredo Alcón (Ciudadela, 1930) es un ídolo en Argentina y uno de los actores más respetados de la escuela del siglo XX. Su filmografía supera las 50 películas y en el teatro se ha codeado con Lorca, Shakespeare y Miller con absoluta maestría. El Centro Dramático Nacional le ofreció el año pasado El rey Lear; no se lo pensó dos veces.

-Estrenó su rey Lear el mes pasado, ¿ha tenido tiempo de hacerse con el personaje, o él con usted?

-El rey Lear es un ejercicio de humillación único. Nunca uno llega a hacerse con el personaje del todo. La obra es grande, más grande que todo, que tú, que yo, que los actores, incluso más grande que el público, porque dentro de 500 años ya no estaremos aquí y ella continuará en el mundo. Eso le confiere un halo de eternidad, se asoma a cierta divinidad aunque los temas que trate sean muy humanos.

-Este montaje no es su primer shakespeare, ¿ha podido echar mano de su experiencia previa?

-No sé si en España ocurrirá lo mismo, pero en Argentina los actores estamos muy sometidos al rótulo. Yo sólo he protagonizado dos obras de Shakespeare antes de ésta, Hamlet y Ricardo III, y en Argentina, sólo por eso, ya soy un actor shakespeariano. Imagínate lo que sería un actor inglés con veinte shakespares a las espaldas.

-¿Cómo conviene acercarse a El rey Lear, armado o desnudo?

-Últimamente la obra está siendo objeto de muchos ensayos escénicos, pintan al rey con máscaras y artilugios. Cuando he visto alguno de estos experimentos siempre me he preguntado por qué, qué sentido tiene añadir este tipo de elementos a un personaje de por sí tan rico. Creo que, más que obstinarse en añadir, hay que despojarse.

-¿Y cuál es su método personal?

-Trabajo siempre con el texto. Me lo aprendo de memoria de manera muy escrupulosa. De hecho, reescribo todas las líneas para hacerlas mías: sé exactamente dónde están los puntos suspensivos y el punto y coma. Me sumerjo en el lenguaje y eso me aproxima al personaje.

-Es un proceso muy borgiano.

-No sé que pensaría Borges de esto.

-Sin embargo, cierta tendencia del teatro contemporáneo prefiere tratar el texto sólo como un elemento más, y no precisamente esencial para la obra.

-Lo sé, y eso es bueno. Tiene que haber de todo, porque el teatro está vivo. Las cosas se pueden hacer boca arriba y boca abajo, y me parece bien que se intente, incluso aunque el resultado sea nefasto. De todas formas, creo que a los clásicos, a las grandes obras, les basta un atril para demostrar lo que son. Todo espectador debería pasar por eso.

-En España se habla actualmente de un cierto renacimiento de las artes escénicas. Parece que va más gente al teatro que hace unos años. ¿Qué ocurre en Argentina?

-El argentino va mucho al teatro. Tiene esa necesidad. Si tiene un céntimo, se lo gasta en el teatro. El mayor daño lo hace la televisión, que inventa necesidades artificiales y estúpidas y a la vez hace creer que es capaz de satisfacerlas.

-¿Y cómo se crea la necesidad social del teatro?

-La necesidad del teatro es natural, como otra cualquiera. Lo que ocurre es que para llegar a ella, antes hay que satisfacer otras. En Argentina hay niños que van a la escuela para comer algo, y sitios donde un hombre muere solo, en medio del campo, sin haber conocido ni la penicilina ni a Bach. Pero todo el mundo necesita escuchar a Bach, e ir al teatro. Lo contrario, el argumento de que el teatro interesa sólo a una minoría, es una idea fascista. Algunos todavía defienden que el arte es propio de élites y que al resto le basta con algo entretenido. Lorca ya se reveló contra esto con La Barraca, llevó el Siglo de Oro a gentes que no sabían leer ni escribir y así les devolvió el lenguaje que les habían arrebatado.

-¿Es usted optimista con respecto al futuro del teatro?

-Sí, porque sólo el teatro satisface otra necesidad: la de que alguien, y me refiero a una persona, nos cuente una historia. Es una ventaja con respecto al cine; la Juana de Arco de Dreyer siempre será la misma, por mucho que uno zapatee frente a la pantalla. Pero, en una función, ni el actor ni el espectador son los mismos que fueron el día anterior. Es una conexión viva.

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