Cultura

El templo y el dios son el actor

  • Alfredo Alcón regala una impagable lección interpretativa en la versión de Juan Mayorga de la gran tragedia de Shakespeare; en el resto del reparto, de todo hay

Apunta Juan Mayorga que hay que entrar en La tragedia del rey Lear como en un templo, y de hecho lo que se venera aquí es la carne y la sangre, materiales humanísimos con los que cierto bardo instauró su particular eucaristía: la del corazón lleno de misterios. En el Rey Lear representado este fin de semana en el Teatro Cervantes a cargo del Centro Dramático Nacional el milagro ocurre, certero, en la encarnación que ofrece el actor, pues quizá a Juan Mayorga se le olvidó añadir que en este culto el templo y el dios son el mismo; en este caso, el clásico argentino Alfredo Alcón, que regala una lección de interpretación abismal, llena de recovecos y secretos como el propio texto (en él, como quiso San Juan, la Palabra se hizo hombre), maestro sin reservas en la dicción, la postura, el gesto, la impostación y el equilibro de todas las armas. Su Lear abarca la soberbia, la locura, el despecho y la muerte, pero también todas las virtudes y fracasos que se le quieran achacar. Alcón no es un actor demasiado dado a Shakespeare, pero sí al teatro, y al cabo es lo mismo: su sola presencia sobre las tablas invitaba el pasado viernes al silencio y a los pulmones congelados en un teatro lleno que supo agasajar al bufón, éste sí, como mejor se merecía. No era para menos.

Por lo demás, y como era de esperar, Gerardo Vera se entrega mucho más como escenógrafo, capaz de invocar la sorpresa en la luz y el espacio sin arrebatar fuerza a la obra (sólo la tormenta desmerece un tanto en un inteligente recurso de las proyecciones), que como director, donde se muestra menos valiente y hábil a la hora de distribuir a los 25 actores en escena (en los diálogos resuelve mucho mejor: véase el mantenido entre el Gloucester ciego y el Edgar loco, con el segundo guiando al primero). Con respecto a la versión, Juan Mayorga acierta al recrear una traducción sensiblemente depurada, limpia de alardes inútiles y con una eficiente capacidad de conexión en el lenguaje, pero su criterio a la hora de seleccionar las partes es discutible: se echan de menos ciertos pasajes del original cuya inclusión habría cerrado una definición más clara de algunos personajes, mientras que otros parecen más prescindibles y menos vinculados a la intención primera del montaje.

En cuanto al resto del reparto, al lado del poderoso Alcón, de todo hay, y sirvan de ejemplo las tres hijas: promesas dulcemente cumplidas (Carme Elías), hallazgos agradables (Miryam Gallego) y alguna interpretación fallida que se queda decididamente en el camino, bastante por debajo de lo que cabría desear (Cristina Marcos). Pero Lear vive, que no es poco.

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