Crítica de Música

El triunfo de la forma

Si admitimos que Mahler abrió las puertas de la modernidad al siglo XX, habría que concluir que su órdago más profético fue su sexta sinfonía, la Trágica, por cuanto hace de la forma musical algo en gran medida distinto: si la sinfonía ya había sido en manos de otros maestros la constitución de una arquitectura en la que cabía echar mano de prácticamente cualquier cosa, aquí Mahler no va de un sitio a otro, no empieza en una parte para llegar a otra: su empeño no es tanto el de una creación como el de una disolución tras la que cualquier acontecimiento musical es posible (qué tentación la de trazar vínculos entre esta composición y la formulación de la mecánica cuántica en la que trabajaba Max Planck a destajo justo en aquel 1904). En tal renuncia a la narratividad propia de la sinfonía, su abrupto final anuncia incluso la posmodernidad que también asumieron Alban Berg y Anton Webern. En el envite mahleriano que Manuel Hernández Silva ha emprendido al frente de la Orquesta Filarmónica de Málaga, la Trágica constituía, por tanto, un reto mayúsculo: no tanto a nivel interpretativo, que también (ya sabemos que a la OFM Mahler se le da de lujo), sino más bien de lectura, de traducción de aquel órdago a la coyuntura musical del presente. Y lo cierto es que la interpretación brindada anoche en el Teatro Cervantes resultó abrumadora y más que solvente en ambos sentidos. Con una formación ampliada dadas las exigencias tímbricas de la partitura hasta superar el centenar de músicos (incluida la prodigiosa celesta, cómplice y humana), la orquesta afrontó la disolución con tanta eficacia como instinto, en una odisea que llegó a ser sobrecogedora al final del Scherzo (descomunal Hernández Silva en la tarima) e hipnótica en el Allegro (incluida la portentosa ejecución de Yuri Chugúyev con su martillo). Mención aparte merece la limpia y brillante actuación de la concertino, Andrea Sestakova. Puertas abiertas. Mucho más.

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