Cultura

El viaje a donde las palabras no alcanzan

XXX Festival de Teatro. Teatro Echegaray. Fecha: 8 de febrero. Compañía: Histrión Teatro. Dirección y texto: Daniel Veronese. Reparto: Gema Matarranz, Manuel Salas, Asunción Ayllón, Elena de Cara, Enrique Torres y Paco Inestrosa. Aforo: Algo más de 200 personas (casi lleno).

Con Teatro para pájaros, la compañía granadina Histrión continúa la línea emprendida con Los corderos, un trabajo de relectura y revelación de la obra del autor y director argentino Daniel Veronese bajo la guía cómplice del mismo creador, referencia ineludible de la escena internacional en las dos últimas décadas. Se trata de una consecuencia lógica en la medida en que Veronese, fundador del Periférico de Objetos y otros hallazgos revolucionarios, agrupó estas piezas en un mismo corpus. No obstante, el dramaturgo recrea buena parte de la esencia del texto, aun manteniéndola y respetando también su profundo alcance dramático. Se trata de un curioso fenómeno en manos de una compañía española que se traslada a Argentina para ponerse a las órdenes de Veronese, lo que en la representación adquiere connotaciones de cante de ida y vuelta. El espectador que vio Los corderos reconocerá aquí la escenografía doméstica evocadora en sus estrictas fronteras, la habitabilidad del espacio a partir de la vulneración de cualquier distancia de seguridad y una dirección de actores portentosa, brutal, radical, que en virtud de esa proximidad asumida como condena se resuelve en besos y golpes, en caricias y gritos, en confidencias y en bofetadas con la mano abierta, en la música y su contrario. En la jaula que comparten los pájaros ocurre un teatro nuevo, distinto, proverbial y resonante: un teatro que viaja al oscuro remanso a donde no alcanzan las palabras.

Como en Los corderos, los personajes / personas son criaturas incompletas y víctimas de sus propias emociones. El amor, la cólera, el deseo, la frustración, la amistad, la guerra y la aceptación se suceden a una velocidad vertiginosa, al ritmo de fusa que imprime Veronese a su obra. Y la posición de los protagonistas, encerrados en sus propias ganas de salir corriendo, es la de la impotencia. Nada podemos hacer ante semejantes jugos que se cruzan en el corazón. El argentino traslada esta tara al mundo del teatro, donde se hace más notoria, a través de una actriz que escribe una obra y la ofrece a un productor, viejo confidente, mientras todo a su alrededor se desmorona. Dentro, ninguna certeza existe: aquél de quien creíamos recibir amor nos desprecia hasta el asco, o hasta la lástima. Fuera, un hombre muerto espera sobre un charco de sangre en el portal. Es la diatriba exacta de los pájaros en la jaula: el desprecio al encierro y el miedo a la libertad.

Veronese parece tomar la palabra a Wittgenstein: si los límites del mundo y lo (re)conocible vienen dados por los límites del lenguaje, no hay más remedio que admitir que éste no es capaz de nombrar, todavía, algunas porciones de la realidad. Precisamente las más dolorosas, las más importantes. Cuando se juega la última carta sólo se puede estar callado, porque de lo que ocurra a partir de ahí no se puede saber nada. Sí, todo esto y mucho más es Teatro para pájaros. Una experiencia de la que no se regresa con un reparto descomunal. Una coartada para estar vivos.

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