Cultura

La vida es noticia

  • Juan Villoro reúne en '¿Hay vida en la Tierra?' un centenar de historias y observaciones cotidianas surgidas a partir de sus textos periodísticos

En la estela del gran Jorge Ibargüengoitia, soberbio cronista del México contemporáneo que demostró que "los misterios de la vida diaria pueden ser tema periodístico", Juan Villoro empezó a mezclar "realidades con la mirada del fabulador" en sus primeras colaboraciones para La Jornada Semanal. Esas columnas las tituló Autopista y tras ellas vinieron las series Domingo breve, para la misma publicación, Días robados, en Letras Libres, y sus textos -y muchos de ellos eran ¡editoriales!: gloria a los valientes como él- para el periódico Reforma. Todo ese material -copioso, escrito desde 1995 hasta casi hoy mismo- le sirvió a Villoro como borrador para las cien historias ultracondensadas y de espíritu escéptico y sonriente que reúne ¿Hay vida en la Tierra?, un libro que invoca también a Camba, Cunqueiro y Gómez de la Serna, a Eça de Queiroz, Roberto Arlt y Pla en su ejercicio de relegar lo Importante ante lo Caprichoso para retratar ciertos cambios de conducta, "los momentos -a veces críticos, a veces inadvertidos- en los que algo se comienza a hacer de otra manera; las rarezas que al generalizarse definen una época".

Autor de El testigo, su tentativa (muy certera) de escribir la Gran Novela Mexicana, de libros de cuentos sensacionales como Los culpables o La casa pierde, y de ensayos deliciosos y llenos de calor como Efectos personales y De eso se trata (rama literaria) o Dios es redondo (rama futbolero fatalista), Villoro ha dedicado también una muy significativa cuota de sus esfuerzos al periodismo, que ha ejercido y ejerce con pasión digna de elogio ya sea como cronista (una de sus grandes debilidades), como crítico o director de revistas y suplementos culturales. Su prosa tersa y aquí de ritmo más sincopado que nunca, su empleo de la ironía como delicado analgésico para la melancolía y la perplejidad ante las cosas del mundo, sus frases sencillas y rotundas que cobran vuelo de aforismo, su personalísima manera de envolver las verdades en paradojas, su sana costumbre de titular con humor y elegancia (Misterio ruso, El peluquero deprimido, Las molestias de descansar, La despedida como poema épico, El hombre que se reprobó a sí mismo, Hijos que usan desodorante...), todo eso, ese tono, esa bondad (el hombre es cortés y prudente hasta en la indignación), esa cordialidad de la inteligencia que es probablemente el sello más íntimo y reconocible de Juan Villoro, vuelve a estar presente en este centenar de breves historias -narraciones y pensamientos en la pura fibra- sobre una cantidad de asuntos tan diversos como puedan serlo las experiencias cotidianas de cualquier ser vivo que haya sido capaz de llegar a la edad adulta sin su capacidad para la curiosidad completamente atrofiada.

El uso interesante en una reunión de amigos de las galletas chinas de la suerte, la impuntualidad propia y ajena o una turbadora visita al campo de concentración de Dachau (pero turbadora de una manera nueva, no de la que uno ya espera que lo sea un artículo sobre el horror cósmico nazi); una terrible confidencia de Kenzaburo Oé sobre su madre y el Japón aniquilado de posguerra, las múltiples maneras en las que hoy prácticamente nadie pide disculpas por nada o los libros de Derrida (que siempre dejan algo claro, hom-bre-por-fa-vor... "o por lo menos confuso de modo interesante"). Villoro se detiene a pensar en todo, aunque eso no evita que fluya también el sentimiento, siempre de modo algo pudoroso, contenido, como en el hermoso y sobrio retrato que le hace a su madre, o la comicidad, como en el impagable claroscuro dedicado a un amigo en El bailarín secreto, un crítico de cine misántropo que tras años y años "entregado a la tarea de ser infeliz por escrito" acaba abriendo una juguetería.

"Cuando toma la pluma", escribe sobre ese amigo suyo, cuando aún era mártir del rencor y profeta de la amargura, "el menor acuerdo con el mundo le parece signo de superficialidad: la inteligencia sufre". La suya, la de Villoro, también debe de sufrir, aunque sin duda le sirve para saber con certeza que ese prestigio intelectual, el del sufrimiento, es una de las muchas cosas de las que más vale reírse.

Juan Villoro. Anagrama. Barcelona, 2014. 376 páginas. 19,90 euros

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